Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.
En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 9 de noviembre de 2015, Yolanda Reyes escribió:
Todas las familias felices
¿Ustedes duermen en la misma cama? preguntó mi hijo a una pareja de amigos homosexuales que nos había invitado su casa. Le contestaron que sí y pasamos a la mesa. Pese a los marcos jurídicos vigentes en su infancia, mis hijos se hicieron adultos mirándonos compartir trabajo, fiestas y afectos entrañables con amigos homosexuales: parejas de hombres y parejas de mujeres, en proporción similar a las parejas conformadas por hombres y mujeres y a los amigos sin pareja. Como dato curioso, (y nada concluyente), las parejas de amigos que han celebrado más aniversarios son homosexuales. Unas amigas tienen un nieto que considera a su abuela biológica y a la pareja de su abuela igual de abuelas: en el amor incondicional, la biología no marca diferencias.
Por Espantapájaros, el jardín infantil que dirijo, han pasado familias de todo tipo, unas más abiertas y otras más reservadas. Hace un año llegó un niño con dos mamás. No era la primera vez que sucedía, pero sí fue la primera vez que una pareja homosexual se presentaba abiertamente. Entonces nos dimos cuenta de los formatos administrativos que debíamos cambiar. Por citar un ejemplo aparentemente inofensivo, las listas de curso y de asistencia tenían dos casillas: una para el nombre del padre y otra para el de la madre. ¿ Y qué pasaba con el niño que tenía dos mamás?
Vimos que los formatos tampoco se ajustaban a la realidad de muchos niños: ¿Dónde cabían la hija de una madre soltera, el niño criado por un papá, aquel que había sido adoptado por su tía y tantas familias que se habían organizado de formas recursivas y amorosas para cuidar a sus niños? Alguien recordó que en su colegio solían escribir la palabra “fallecido”, o simplemente trazaban una raya en la casilla del padre que había muerto, y evocamos la vieja sensación de “no ser como los otros” que es un currículo oculto y vergonzante de la escuela. Esos formatos, reproducidos por los siglos de los siglos, nos habían “formateado” también las ideas sobre lo “normal”, mientras la realidad iba por otro lado; así que decidimos dejar una casilla con el nombre de “familia” para que cada familia la llenara como era.
Desde hace muchísimos años, muchos colombianos han sido criados por parejas o triángulos casi siempre femeninos, (madres, abuelas, tías) que han apoyado o reemplazado a madres viudas, solteras y solitarias, de tantas soledades y de tantos abandonos, en contravía de las formas de control social que pretenden encajonar la complejidad de las relaciones humanas, con sus contingencias, sus accidentes y sus posibilidades. Las reacciones de estos días frente a la decisión de la Corte Constitucional de permitir la adopción a familias homosexuales, indican que reformar los marcos jurídicos es bastante más sencillo que cambiar esos prejuicios que han marginado a tantos seres queridos.
Indaguen en la historia nacional y en sus círculos cercanos y descubran cuántos secretos a voces han sido sepultados entre ese formato único. Y si no ven nada explícito, quizás es tiempo de ahondar más e imaginar el sufrimiento de ese pariente, lejano o cercano, vivo o muerto, que debió –¿o debe aún?– reprimir su orientación sexual para encajar en el formato.
Si a los niños se les garantiza el derecho a tener una familia en esa acepción plural que, más allá de la condición sexual, está enraizada en nuestra compleja condición humana, crecerán entre modelos diversos para identificarse, expresarse y ejercer su ciudadanía. Las decisiones jurídicas son parte del proceso irreversible de actualizar formatos sociales para dar cabida a todas las familias, felices e infelices, a veces más a veces menos, que somos todas, en el fondo y desde hace mucho, mucho tiempo.
Yolanda Reyes