Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.
En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 1 de febrero de 2016, Yolanda Reyes escribió:
Sí es más que no
–Quiero darte un beso. ¿Tú quieres?
–Sí, quiero.
–¿Te puedo acariciar?… ¿Pasamos a esto?… ¿Estás de acuerdo?… No tienes que hacerlo si no quieres. ¿Quieres?
–Sí. ¿Y tú?
–Yo también quiero.
Este tipo de conversación ilustra el cambio de paradigma sobre el consentimiento en las relaciones sexuales en el que se sustenta la ley denominada ‘Only Yes Means Yes’ (solo sí significa sí). La ley, firmada por el gobernador de California en el 2014 y posteriormente adoptada por los estados de Nueva York, Connecticut, Nueva Jersey y New Hampshire, define ese consentimiento como “un acuerdo afirmativo, consciente y voluntario” para tener relaciones sexuales, expresado con lenguaje verbal o no verbal por TODAS las personas involucradas en la relación. Si aún no les queda claro, la simple falta de resistencia o el silencio no significa una aceptación y cualquier relación sexual se puede interrumpir en cualquier momento ante la falta de permiso explícito para continuar.
¿O sea que tienes que preguntar y esperar un “sí” cada diez minutos?, suelen preguntar, con una mezcla de ironía y de preocupación, los estudiantes de secundaria o de universidad que participan en talleres de formación sobre la ley (uno de los requisitos para que las instituciones educativas reciban fondos estatales). La respuesta –afirmativa, claro– tiene que ver, más que con el tiempo, con esos matices que van definiendo la intensidad de los encuentros y que hay que aprender a identificar y a manejar como parte del aprendizaje de la sexualidad. En otras palabras, cuando se va a pasar a un nivel siguiente de intimidad es imprescindible volver a preguntar y recibir permiso explícito. La sabiduría del viejo refrán, “ante la duda, abstente”, vuelve a funcionar para evitar ambigüedades o disculpas al estilo del “yo creí que ella quería”, “ella se lo buscó” o “mi error fue enamorarme”.
El consentimiento afirmativo es un paso más allá del eslogan “No significa No”, que marcó la pauta de generaciones anteriores y, además de hacer más claras las fronteras para determinar lo que constituye un abuso sexual, define nuevos marcos educativos. Sentencias como “quien calla, otorga” o la máxima perversa que asegura que “cuando una mujer dice que no, quiere decir sí”, por no mencionar el antiguamente mal llamado “deber conyugal” se desvirtúan por completo, y queda también claro que alguien drogado, borracho, inconsciente, dormido o en situaciones de vulnerabilidad o desigualdad no está en condiciones de dar un consentimiento afirmativo. Según esta legislación, ya no es necesario demostrar una negativa contundente a tener sexo: basta con no decir que sí para configurar casos de abuso o de violación, sin importar si fue con alguien cercano.
Decir sí quiero: he ahí la diferencia entre una sexualidad basada en los tabúes, los miedos, las presiones y las prohibiciones, y esas relaciones complejas y cambiantes que se construyen mediante un diálogo continuo y lleno de dudas, de errores, de aciertos y de descubrimientos entre iguales. Ese preguntar de múltiples maneras, esas exploraciones y esos permisos mutuos que van construyendo las fronteras, las complicidades y los desafíos de una relación (no solo sexual) se basan en el reconocimiento de la autonomía y en el respeto por cada persona, sin importar su género.
El escándalo del Defensor del Pueblo es apenas la punta del iceberg de esta cultura nuestra que equipara sexo con poder y que está presente, de tantas formas, en lo público y en lo privado. Antes de la secundaria, desde el comienzo de la vida, tendríamos que educar de otra manera para favorecer esa exploración de los límites propios y ajenos que se extienden entre el no y el sí… y tantas veces el “quién sabe”.
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Yolanda Reyes