Cómo construir un entorno creativo… ¡sin salir de casa!

Por: Yolanda Reyes

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Por: Yolanda Reyes, directora de Espantapájaros

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¿Quién dijo que todos los cielos son azules y que todas las montañas son marrones? Quién te enseñó a pintar todas las casas con tejados triangulares y a buscar moralejas en todas las historias? ¿Recuerdas hace cuánto aprendiste a dibujar ese sol siempre amarillo, con carita feliz y rayos simétricos saliendo de un círculo perfecto?

La mayoría de los que hoy somos adultos hemos sido víctimas de esos estereotipos y quizá hemos olvidado quiénes, cuándo y dónde nos los enseñaron. ¿Fue en casa, en el jardín de infantes o en la escuela? El caso es que, para aprender esas lecciones, tuvimos que dejar atrás lo que sentíamos, veíamos, olíamos, tocábamos… El mundo no es así de simple y basta con abrir los ojos y detenernos a mirar. Hay cielos de color naranja, con visos violetas, grises o verde oscuros. Hay montañas plateadas por la luna o doradas por el sol y casi siempre son multicolores, como el mar. (Depende del momento, de la luz y hasta del ánimo). Cada uno puede verlas diferentes. Entonces, ¿qué sucede a la hora de pintarlas?

Quizás sucede que perdimos la capacidad de ver con todos los sentidos. Y junto con esa lección de las formas y los colores “apropiados” para cada cosa, aprendimos otra lección demoledora: que la experiencia del arte está reservada para unos pocos. Que no servimos para pintar, cantar, bailar o contar historias; que no podemos inventarnos nada. Que el mundo se divide en unos pocos genios, con talento, y en otra masa enorme de personas que debe conformarse con copiar y repetir esquemas. Y lo más demoledor de la lección es que, sin darnos cuenta, podemos seguirla transmitiendo en las próximas generaciones: de padres a hijos; de maestros a alumnos.

Hace quince años trabajo en este lugar donde el arte y la literatura buscan abrir puertas a la experiencia de la creatividad desde los comienzos de la vida y, durante todo ese tiempo, no he encontrado jamás un pequeño que diga que no sabe pintar o que lo haga igual a otro. Sus casas, sus mares y sus garabatos son tan diferentes como sus huellas digitales. Basta entregarles un papel y unas pinturas para que cada uno, entusiasmado, se ponga “manos a la obra”. Mientras más pequeños, más embadurnados quedan. Se pintan las manos y los pies, revuelven los colores y muchas veces terminan con un mechón verde en la cabeza o con algún diente azul. Del mismo modo, cuando escuchan música, se lanzan a bailar, a palmotear o a tararear. Ninguno baila o canta igual, pues sus voces y sus cuerpos son distintos. En cambio, los maestros, los padres e incluso los hermanos mayores, ¡pobrecitos!… Casi siempre se sienten observados y evaluados. Hay que trabajar mucho con ellos para que se atrevan a desaprender lo que aprendieron en tantos años de colegio y universidad y suele tomarles mucho tiempo desprenderse de la carga de estereotipos, de los “tú no sabes” o “no puedes”. Hay que invitarlos a salir al patio de recreo para que se acuesten en la hierba a “leer” las nubes y se sorprendan con sus innumerables formas. Hay que invitarlos a tocar, a cerrar los ojos y a sentir los sonidos del viento. Hay que enseñarles lo que alguna vez supieron: que todos tenemos nuestras propias formas de sentir y de expresarnos.

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«Hace quince años trabajo en este lugar donde el arte y la literatura buscan abrir puertas a la experiencia de la creatividad desde los comienzos de la vida…» Yolanda Reyes, sobre Espantapájaros.

Entonces, ¿todos los niños son artistas?

Seguramente habrás oído que todo niño es un artista o un poeta y que los artistas son seres que, de alguna forma, han conservado viva su infancia. Y aunque algunas de esas frases puedan sonar a lugar común, lo cierto es que, durante la infancia, los sentidos están abiertos a conquistar ese mundo que nos circunda y que todavía no nos agobia con tareas prácticas. Por ejemplo, habrás notado que tu bebé pasa muchísimo tiempo fascinado contemplándose sus manos o absorto en los sonidos que produce. Y en cuanto aprende a caminar, un simple paseo al supermercado de la esquina, puede convertirse en un viaje interminable. Seguramente se detiene varias veces a recoger piedritas, una flor, un bicho o un papel en el camino. Todas esas pequeñas cosas que tú ya dejaste de ver, son para él objetos mágicos. Querrá tocar las frutas que echas en el carrito del mercado; hará sonar mil veces la caja del cereal, disfrutará con el olor de unos jabones. Mientras tú comparas precios o etiquetas, él observará fascinado un mundo distinto en ese mundo que, para ti, resulta cotidiano.

Pues bien, esa fascinación inédita frente a lo cotidiano es la que permite a los artistas descubrir cosas que los demás ya no perciben. De alguna forma, ellos redescubren formas, olores, colores, texturas, sonidos, combinaciones de palabras, movimientos, sensaciones y emociones. Y así nos devuelven el alma de las cosas: la esencia de lo que nosotros a veces no podemos captar, mientras andamos de prisa por el mundo.

Lo anterior no significa, sin embargo, que todos vayamos a convertirnos en artistas. En este sentido, es importante distinguir entre la capacidad de expresión, a la que todos tenemos derecho, y el desarrollo sistemático de una vocación artística determinada, como la música, la pintura, la danza, el teatro o la literatura, para la cual se requieren, además de talentos especiales, un largo proceso de formación y de elaboración disciplinado y riguroso. En este sentido, Gianni Rodari, en su Gramática de la fantasía, nos propone un bello lema democrático: “Todos los usos de las palabras para todos. No para que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo”. Yo añadiría que, además de todas las palabras, necesitamos todos los colores, todas las músicas posibles, todas las danzas y todos los sentidos. Para que nadie diga, cuando crezca: “Yo no sé pintar, no puedo bailar ni cantar, ni decir algo propio. Yo no tengo nada que me haga especial e irrepetible”.

¿Se puede enseñar arte?

Más que enseñar arte desde el comienzo de la vida, hay que crear una atmósfera donde la expresión artística tenga lugar. Y hacerlo es más sencillo de lo que se cree. En primera instancia, es importante saber que el aprendizaje de los primeros años no es memorístico ni teórico, sino sensorial y motriz. El niño pequeño conoce el mundo tocándolo, oliéndolo, probándolo, moviéndose constantemente, mirando, escuchando y hablando. “Laura piensa con los pies”, comentó una vez mi hijo al observar la actividad frenética de su primita, que empezaba a caminar. Desde entonces, acuñé esa frase para explicarle a los padres el papel fundamental que juegan la exploración motriz y sensorial en los primeros años. Ampliando la frase, podría decir que, en los primeros años, un niño piensa con todo su cuerpo y con todos sus sentidos. Por lo tanto, lo que podemos hacer es dejarlo “pensar libremente”, mediante el movimiento y la exploración de su entorno. Llevarlo al parque, por ejemplo, no sólo para que corra y salte, sino para que sienta el aire, el sol, las cosquillas de la hierba, el crujido de las hojas, el olor de las flores, el canto de los pájaros, la textura de la arena, (y quizás, hasta su sabor). En este punto es importante anotar que los niños de ahora suelen desarrollarse en atmósferas asépticas y citadinas muy poco propicias para la exploración sensorial. Si bien es cierto que hemos ganado en prevención de enfermedades, también es innegable que hace una o dos generaciones, los niños podían andar descalzos por el prado, sentir el rocío, tocar animales, probar la masa cruda de una torta e, incluso, conocer el sabor de la tierra o de una fruta recién caída del árbol. Ahora, por el contrario, los niños permanecen encerrados en apartamentos, con alfombras que amortiguan sus pasos y rodeados de personas que, con las mejores intenciones, desean verlos a ellos y a su entorno, perfectamente limpios. Pues bien, un apartamento y un niño relucientes son la antítesis de la exploración artística. Por eso hay que buscar fórmulas para proporcionar a los pequeños experiencias sensoriales en sus hogares: masajes en su piel con cremas, aceites, y texturas. Tiempo libre para jugar con la espuma y las esponjas en la bañera; oportunidades para corretear descalzo, para moverse y bailar ligero de ropa; para preparar una receta de cocina, para comer solito y, así te parezca insoportable, para que tu bebé meta las manos entre el plato de comida.

Pero además de esas experiencias, la actitud de los adultos frente al tiempo libre es fundamental. Aquellos padres que permiten a sus hijos pasar las horas jugando, sin inundar sus “agendas” de actividades útiles o de innumerables clases, paradójicamente permiten más este desarrollo que aquellos que los agobian desde que nacen con múltiples cursillos. Un niño necesita tiempo para jugar solo, para soñar y fantasear. Cuando está en su habitación hablando con sus muñecos y haciendo de cuenta que un palo era caballo o que los cojines eran barco y que ahora hacíamos esto o aquello, estará ejercitando, mediante el juego, la premisa fundamental en la que descansa, no sólo cualquier actividad artística, sino cualquier creación humana, es decir, la capacidad simbólica. Esa posibilidad de hacer de cuenta que tal cosa era tal otra. Sin esa posibilidad de fingimiento o de fabulación que nos permite reemplazar unos términos de la realidad por otras realidades más lejanas, no hay creación ni pensamiento. En el fondo, ¿qué hace un novelista? Fingir que ciertos personajes vivían en tal mundo y hacían tales cosas. Lo mismo hacen los bailarines, los pintores, los actores: inventan mundos posibles y se mueven por ellos a sus anchas, para convencernos a todos de su existencia. Eso mismo hace un pequeño cuando se entrega al juego simbólico. Pero nadie puede jugar si siempre anda de prisa.

Hay padres que se preocupan por inscribir a sus hijos de dos años en muchos talleres, con la disculpa de que “se aburren y no saben qué hacer, con tanto tiempo libre”. En realidad, son los padres quienes “no saben qué hacer” con el ocio de ellos y de sus hijos. Esto no significa que los niños no puedan ir a lugares estimulantes, siempre y cuando, dispongan también del tiempo necesario para jugar a imaginar. Ese tiempo de la infancia, lento e incluso monótono, es lo que más echamos de menos los adultos. Recuerda esas épocas, cuando pasabas las tardes viviendo en una casa hecha de trapos: ¿alguna vez te aburrías?

Si quieres que tu hijo desarrolle su capacidad creadora, no pretendas adiestrarlo ni enseñarle prematuramente manejo del color o perspectiva ni técnica vocal ni cualquier otra minucia artística. Olvídate de tu sol con rayos simétricos, de tus casas triangulares o de tu aparente torpeza para cantar o bailar. Más bien, motívalo a mirar el mundo desprevenidamente y aprovecha, tú también, para desaprender lo que sabías. Permite que la música y los libros entren a tu casa y ocupen un lugar importante al lado de los juguetes, para que tu niño descubra el enorme placer de leer, soñar y disfrutar, sin presiones académicas o pretensiones didácticas. Y, en cuanto a los juguetes, no siempre los más costosos o sofisticados son los que más desarrollan la creatividad. ¡Todo lo contrario!. Desconfía de esos juguetes programados que despliegan luces o de esas muñecas electrónicas que repiten frases de cajón. Bastan un muñeco entrañable, los zapatos viejos de mamá o un mantel para suscitar aventuras creativas. Asegúrate de tener también papeles grandes, pinturas no tóxicas, arcilla y plastilina…El resto, déjalo en las manos de tu hijo…Te sorprenderás al ver cómo van surgiendo, desde el fondo de sí mismo, los primeros garabatos y descubrirás que, poco a poco, se convertirán en trazos cada vez más ricos, llenos de forma y contenido. Tu papel como adulto sólo consiste en permitir la libre expresión y en proveer los materiales y las situaciones, sin hacer juicios de valor. Cuídate, especialmente, de decirle qué está bien o qué está mal. Mientras más libre se sienta, mejor podrá desarrollar sus procesos de expresión artística. Y, con el tiempo, será él mismo quien te diga qué le gusta más: si pintar o bailar o tocar un instrumento o inventar historias o varias de esas cosas. Cuando esté en la escuela primaria, podrás detectar cuáles son las experiencias artísticas que más lo motivan y entonces, llegará el momento en el que pueda dedicarse a profundizar en una vocación particular. Pero, para que esto suceda, asegúrate de que, durante los primeros siete años de vida, tenga muchas opciones de experimentar el arte en todas sus posibilidades, de expresar su mundo interior y, lo que es más importante, de descubrir ese placer incomparable que consiste en entregarse a la tarea de recrear el mundo.

Como se dice en el lenguaje común, “nadie nos quita lo bailado”. Y sí: en todo lo bailado, lo jugado, lo cantado, lo contado lo pintado y lo vivido durante la primera infancia, está la materia prima del arte. Pero además de desarrollar una vocación artística específica, estas primeras experiencias ayudarán a cada niño a convertirse en un adulto seguro de sí mismo, consciente de que es único y de que tiene algo propio e irrepetible para aportar al mundo.

Ideas para que todos los días sean experiencias creativas

A la hora de comer

Estimula a tu bebé a comer solo. Ofrécele tiempo para mirar, oler, saborear y tocar los alimentos. Un plato multicolor es una fiesta para los sentidos. Hay cosas ácidas, dulces, saladas, aromáticas, frías, calientes, etcétera. Por supuesto que deberás enseñarle a usar la cuchara y a interiorizar hábitos. Pero no lo sacrifiques todo por la limpieza o la etiqueta. Comer es mucho más que alimentarse. Conversa con él y evita las prisas o las cenas elegantes. Ya tendrá tiempo, cuando crezca.

Cocinar con los pequeños es una experiencia artística completa. Puedes amasar galletas, hacer gelatina de colores, mezclar ingredientes; probar sabores, observar cómo se transforma la materia a diversas temperaturas, y además, cantar o decir palabras mágicas mientras los aromas se esparcen por toda la casa. Lo mejor, por supuesto, es que al final, se puede probar el delicioso resultado en familia.

A la hora de bañarse

Desde el momento en que se libera de tanta ropa, tu hijo tomará más conciencia de su propio cuerpo. Permítele que se mire en el espejo y luego que él mismo se jabone. Ofrécele tiempo para jugar con el agua. Dale esponjas, estropajos, espumas y sensaciones olfativas. Ayúdalo, poco a poco, a disfrutar el agua en su cara, sin presionarlo, pues para algunos bebés esto puede ser incómodo al comienzo. La hora del baño es uno de los momentos más ricos para estimular el desarrollo sensorial. Hazle masajes con la toalla y, de vez en cuando, regálale otros masajes con cremas o aceites aromáticos para decirle cuánto lo quieres.

Nota: la música es importantísima. ¡También a los bebés les gusta cantar en el baño!
Y dale tiempo de inventar: la bañera puede ser el mar y la tapa del shampoo, se convierte en barco o en pez.

A la hora de jugar

Una sencilla tarde puede convertirse en mágica, si se tienen, además de tiempo libre, los siguientes ingredientes:

Rincón de los disfraces: Sombreros viejos, sábanas, toallas o manteles. Los zapatos de mamá. Un poco de maquillaje, ¡con supervisión adulta, por supuesto!…Corbatas o chaquetas de papá, una falda larga y unas cajas de cartón. El resto del equipo está en la imaginación de los niños y en la de sus padres, si ellos los invitan a unirse al juego.
Música de buena calidad y no sólo la que tradicionalmente se considera infantil. Estimula a tu pequeño a disfrutar la música. Déjalo bailar y cantar, sin presionarlo a que repita ni memorice obligatoriamente las letras. También los instrumentos sencillos de percusión como el tambor, los sonajeros, las claves o las maracas se pueden fabricar en casa. Los niños se expresan con todo el cuerpo, así que el espacio para bailar o para hacer acrobacias es indispensable, aunque el apartamento no sea grande.
Una biblioteca al alcance de la mano. Deja que los libros sean parte del mundo de tu hijo, desde muy temprano. Hay cuentos para morder, tocar, oler, acariciar y leer, solo o acompañado. Cada niño irá diciendo cuáles le gustan más; cuál debes repetir cada día y cuáles prefiere mirar mil veces… Averigua, en una librería especializada, cuáles son los apropiados según la edad y los intereses de tu hijo. Preocúpate porque las ilustraciones y el contenido sean de calidad. Un buen libro de imágenes puede ser el primer museo para un niño.
Un rincón de arte. Con materiales sencillos como crayolas, tizas de colores, plastilina, arcilla, anilinas vegetales o pinturas no tóxicas, tu hijo explorará posibilidades de pintura y modelado. Es aconsejable proporcionarle formatos más grandes que el convencional tamaño carta pues los trazos amplios de los pequeños requieren espacios mayores para que sus manos corran libremente. El papel Kraft o el cartón corrugado son alternativas resistentes y económicas. Prefiere la pintura sin modelo, en lugar de los libros para colorear que tradicionalmente se consiguen en el mercado, pues suelen estar llenos de estereotipos y no invitan a la creación personal, sino a la copia. Y evita los juicios de valor. Lo que es bonito y feo para ti, puede coartar su propia percepción del mundo.

A la hora de dormir

Los cuentos y la música son puertas hacia el mundo de los sueños. Cántale las canciones que recuerdas de tu infancia; cuéntale historias y léele sus cuentos favoritos a la orilla de la cama. Ese tiempo ritual crea profundos lazos de comunicación y afecto y enseña a los hijos que la literatura y la música nos vinculan con las personas que más nos quieren en la vida. No hay mejor forma de espantar el miedo que terminar el día con un abrazo, un beso y una hermosa historia.