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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 17 de agosto de 2015, Yolanda Reyes escribió:
Retrato de la desigualdad
“Ahí está la desigualdad, está retratada. Eso de la concentración es algo que tenemos que corregir”, afirmó el presidente Santos y se declaró sorprendido con los datos del Tercer Censo Nacional Agropecuario, en la primera etapa de divulgación. Desde hace 45 años no se hacía un censo de las áreas rurales dispersas, de ese campo que para muchos colombianos es simplemente el paisaje pintoresco al que se asoman en los puentes.
Para hacer este trabajo, según explicó el director del DANE, 25 mil personas recorrieron “cerca de 113 millones de hectáreas, 3,9 millones de predios, 773 resguardos indígenas, 181 territorios colectivos de comunidades negras y 56 parques nacionales”. Es inevitable asociar el trabajo con el de la Comisión Corográfica encomendada a Agustín Codazzi a mediados del siglo XIX para levantar la cartografía de este país que salía de las guerras y que era indispensable conocer. Hoy, casi dos siglos después, algunos censistas debieron llegar a caballo a sitios inaccesibles y se encontraron con situaciones que no difieren demasiado de las que relataron Codazzi, Ancízar y sus compañeros de comisión.
Se trata de una “sorpresa” esperada y antigua, que hoy se comprueba con cifras. Por ejemplo, el 69,9% de las Unidades de Producción Agropecuaria tiene menos de 5 hectáreas y ocupa el 5% del área censada, mientras que los terrenos de más de 500 hectáreas están en manos del 0,4 de los propietarios y representan el 41,1% de esos 113 millones de hectáreas. Con pequeñas variaciones, es la desigualdad impresentable de siempre, pero contarla a través de los que nunca han contado da luces sobre las formas de intervención diversas que hay que emprender en el campo.
Una de las mayores alarmas tiene que ver con las ideas de riqueza y pobreza. Si en este milenio está claro que, más que la tenencia de la tierra, el talento humano es el principal motor de desarrollo, el paisaje revelado por el DANE no solo evidencia lo mal repartida que sigue estando la tierra, sino la imposibilidad de romper el curso de la pobreza, a menos que se tomen medidas drásticas de emergencia educativa para cambiar los paisajes mentales del campo.
Las estadísticas revelan que el 11,5% de los mayores de 15 años es analfabeta, sin mencionar el analfabetismo funcional del que no se presentan datos. En cuanto a los menores de 5 años, el 73% es cuidado por padres o por alguien en la casa o en la parcela, y solo el 16% asiste a un hogar comunitario o a un centro de desarrollo infantil. Aunque esta situación podría atenuarse a través de modalidades familiares de educación inicial, lo que sigue es más preocupante: en 2014, el 20% de niños y jóvenes entre 5 y 16 años no asistió a ninguna institución educativa, y tampoco el 76% de los jóvenes entre 17 y 24. Para agravar estos porcentajes de nuevas generaciones sin estudio, más de la mitad de los jefes de hogar solo tiene educación primaria, de lo cual se deduce el poco estímulo que puede dar a sus hijos para afrontar los desafíos del aprendizaje.
Aunque las cifras se refieren a cobertura, no a calidad, puede inferirse que esta falta de preparación incide en la poca asistencia técnica, el pobre uso de maquinaria, la escasa solicitud de créditos y la resignación a labores de auto subsistencia de quienes se quedan en el campo, lo mismo que en el envejecimiento y la disminución de la población campesina durante la última década. En ese campo de cultivo de inequidades, con una pobreza que se muerde la cola, la urgencia de pensar en una apuesta de educación diferente para hacerle frente a estas cifras se convierte en una prueba más cruda, apremiante y real que cualquier prueba PISA.
Yolanda Reyes