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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 9 de diciembre 2013, Yolanda Reyes escribió:
Generación Pisa
El ruido mediático de las Pruebas Pisa evoca esas “entregas de notas”, cuando llega el niño rajado y sus padres, cotidianamente indiferentes a las tareas escolares, se preguntan qué hicieron mal. Así parece ocurrir en Colombia, y no importa si es PISA, SABER u otra sigla: los malos resultados de las evaluaciones son predecibles y la repartición de culpas también. Pero al cabo de unos días todo regresa a su cauce: Gaviria, Pastrana, Uribe y cía, a vociferar sus chismes; los jóvenes, al abandono de siempre y la educación, al olvido, hasta el siguiente examen.
Para ampliar esa mirada simplista que ha centrado la atención en el antepenúltimo puesto, como si fuera un campeonato de fútbol, conviene examinar el contexto de estas pruebas que hace la OCDE cada tres años desde el 2000. Esa radiografía, hecha a los quinceañeros, revela cómo se realinean y se vislumbran las fuerzas en este mundo interconectado, cuyo rótulo de “Sociedad de la Información y el Conocimiento” nos advierte que quienes a los 15 años poseen esos atributos, adquiridos mediante un proceso educativo, posiblemente detentarán el poder a la vuelta de unos años. (Y sus países también).
La sigla de OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, ilustra el sentido de estas pruebas que no evalúan competencias éticas, ecológicas, estéticas o humanitarias, sino matemáticas, ciencias y lectura, entre 65 países miembros y asociados, que representan el 87% de la economía mundial. Por supuesto, la heterogeneidad de los países y sus diferencias, no solo socio económicas sino también culturales, hacen difícil la comparación y PISA privilegia un patrón único, centrado en estándares muy altos, más orientado a mirar lo que pasa en la cúspide. “Detrás de las pruebas PISA subyace una ideología que acepta que el crecimiento económico y la competitividad son los únicos objetivos de la educación”, escribió Peter Wilby en The Guardian la semana pasada, para cuestionar esa definición estandarizada del éxito educativo.
Sin embargo, eso no significa que PISA sea una prueba rígida. Lejos de pretender que los estudiantes repitan lo aprendido, evalúa su capacidad de extrapolar lo que saben para aplicarlo en situaciones novedosas y resolver problemas aún no previstos, como les será necesario en un mundo de cambios vertiginosos. En esa línea, los resultados de 2012 son contundentes: los países asiáticos ocupan los primeros lugares, por encima del promedio, y Latinoamérica muestra una tendencia al rezago en los últimos puestos.
Colombia, que ha participado desde 2006, mostró un estancamiento en matemáticas y mejoró en ciencias y en lectura, aunque continúa muy por debajo del promedio. Más preocupante que estar en la cola es mirar los seis niveles en los que PISA organiza a los estudiantes: el 1 es considerado insuficiente para acceder a estudios superiores y el 2 es el mínimo necesario para vivir, informarse y participar como ciudadano en una sociedad contemporánea. Pues bien: el 74% de nuestros adolescentes está por debajo de ese nivel 2, en matemáticas, (y eso por hablar de los que están en el sistema educativo; no de los reclutados ilegalmente o de las quinceañeras embarazadas que abandonaron el colegio). En cuanto a lectura, el 50% de nuestros estudiantes no alcanza ese nivel mínimo. Pero además resulta preocupante que los niveles 5 y 6, considerados sobresalientes, estén despoblados en Colombia, lo cual indica que nuestro desempeño no es alto en ningún sector, ni público ni privado.
Este nuevo apartheid educativo nos encuentra, como siempre, desprovistos: sin estrategias ni políticas ni un proyecto contundente de educación nacional. En esta radiografía de nuestros adolescentes se vislumbra la Colombia del postconflicto y hay mucho más por decir, debatir y analizar. Así que continuará…
Yolanda Reyes