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En su columna para El Tiempo del lunes 12 de diciembre, Yolanda Reyes escribió:
La alcaldesa sobrevoló las zonas afectadas…el presidente visitó la inundación, repiten los medios y muestran a los gobernantes bajando de helicópteros para poner sus pies en tierra –y luego, pies en polvorosa–. Si antes usaron plumas indígenas o sombreros regionales, hoy lucen chalecos abullonados o chompas fosforescentes con logos gubernamentales y con el eslogan del momento: Bogotá Positiva, Colombia Humanitaria… o lo que sea.
No es malo hacer presencia ni ofrecer cheques –veremos si los pagan–, pero sería mejor que se responsabilizaran por sus proyectos de vivienda. Recuerdo que la alcaldía de Peñalosa invitaba a “líderes de opinión” a recorrer en helicóptero las urbanizaciones de Metrovivienda en Bosa. Los periodistas admiraban ciclorrutas, avenidas y espacios públicos al borde del que hoy es un caño de aguas negras. ¿Lo olvidaron?
Aunque los gobernantes han sabido, desde tiempos de Bochica y de Forero Fetecua, que construir en zonas inundables conlleva riesgos, su “poder político”, quizás presionó a curadurías y a otras dependencias a aprobar proyectos en los que muchas familias invirtieron el trabajo de TODA su vida. Contrariando el orden lógico, primero hicieron las urbanizaciones con la promesa de que luego harían obras de mitigación de riesgos. Seguramente hay actas en las que reiteran la urgencia de ciertas obras de acueducto y se “pelotean” responsabilidades. Seguramente también rogaron al Divino Niño que no lloviera demasiado o que lloviera cuando ya estuvieran retirados. Sin embargo, ahora que llueve más de lo esperado, culpan a “la maldita niña”, como afirmó Santos. ¿Acaso no vio colchones flotando en Patio Bonito en sus tiempos juveniles? Para usar su lenguaje, que “no nos crea tan pendejos”.
Aunque los gobernantes que hoy afrontan los desastres llegaron con los hechos cumplidos y, descontando que hubieran podido tomar medidas preventivas, ellos saben que lo sucedido en Bogotá no es nuevo, ni es solo consecuencia del cambio climático mundial, ni es culpa de “la maldita niña”, sino de la maldita improvisación. Si revisaran documentos antiguos verían que, desde Mosquera hasta San Victorino, había épocas del año en las que se llegaba en barca, como salen hoy, en botes inflables, quienes se ilusionaron con las casas modelo de Bosa.
¿Qué entidades distritales aprobaron esas licencias y qué constructoras se lucraron? ¿Alguna letra menuda advirtió sobre la probabilidad de inundación? ¿Hay consecuencias por vender esas casas con el aval de la Alcaldía? Si alguien pagara con sus salarios, sus residencias, sus fincas y su nombre las improvisaciones que hoy tienen a trabajadores honestos pagando durante el resto de sus vidas esas casas a las que no pueden entrar sin tapabocas a causa del aire putrefacto; si hubiera responsables por las personas asiladas en los techos que reciben dádivas mediante una escalera recostada en sus ventanas, quizás la historia no se repetiría. Pero no hay culpables, salvo la Niña, lo cual equivale a decir “La Patasola”.
La vivienda propia es un sueño perfecto para hacer populismo. Genera empleo y utilidades enormes a las constructoras privadas que compran tierra rural barata y la venden como urbana, sin asumir las consecuencias. Este gobierno, que ha ofrecido un millón y medio de viviendas, debería aprender esas lecciones: que la vivienda no puede pensarse sin su entorno, que los proyectos estatales tienen la responsabilidad de articular las decisiones de todas las instancias locales y nacionales, que hay que tomar en serio los riesgos que advierten los expertos y, sobre todo, que lo que hagamos a la tierra, como decía el jefe Seattle, nos lo devolverá la tierra. Repensar la responsabilidad del Estado en los megaproyectos actuales supone, como mínimo punto de partida, asumir sus responsabilidades.
Yolanda Reyes