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En su columna para El Tiempo del lunes 28 de mayo , Yolanda Reyes escribió:
Entre Sócrates y Mario Bross
Cómo ha cambiado el mundo, solían decir nuestros mayores, y fue lo que pensé al saber que Shigeru Miyamoto, el “padre del Super Nintendo”, había ganado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. No desconozco los méritos de Mario Bross, el Mickey Mouse de los post graduados actuales, y ya lo perdoné por haberme robado la atención de mis hijos en las postrimerías de siglo pasado. Para ser sincera, también me relevó de ocupaciones maternales, mientras los niños estaban hipnotizados, a salvo de peligros callejeros, sin pedir casi ni comida, entre el sonido maquinal de sus salticos.
Si tantos jóvenes agradecen una infancia “pegados al Nintendo” y recuerdan haber superado la varicela en compañía de Mario Bross, igual que los mayores lo hicieron con Julio Verne o con Tintín, los padres estamos en mora de hacerle justicia a Miyamoto. Más allá de “ser el principal artífice de la revolución del videojuego didáctico, formativo y constructivo” y de “crear sueños virtuales” –como declaró el jurado– Mario nos ofreció horas extras de sueño real, gracias a sus cuidados de nodriza electrónica.
Que quede claro: no me sorprende que este japonés, nombrado “Caballero de la Orden de las Artes y las Letras” en Francia, haya ganado el Premio de Comunicación y Humanidades, sino que la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum, defensora del lugar de las humanidades en la educación y aguda crítica de la obsesión por la rentabilidad económica que se ha apoderado del discurso educativo, haya obtenido otro Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales con pocos días de diferencia. Y me sorprende porque son dos formas de usar la misma palabra, “humanidades”, para nombrar concepciones culturales contrapuestas. Que dos miradas tan disímiles compartan aplausos en la misma ceremonia puede leerse como un signo de los tiempos.
Al leer su libro Sin fines de lucro, es inevitable sospechar que la queja de Nussbaum sobre las “generaciones de máquinas utilitarias” surgió de observar a esos niños que ejercitan su masa cerebral y muscular frente a una consola y que cambiaron los paisajes del parque y de la cuadra por el de las redes sociales. Según la autora, vivimos una crisis educativa que ha pasado inadvertida en medio de la crisis económica y que cambió drásticamente lo que enseñamos a los jóvenes. “Vamos detrás de las posesiones que nos protegen, nos satisfacen y nos consuelan”, afirma, y advierte sobre el peligro de considerar el arte y las humanidades como ornamentos inútiles. “Sedientos de dinero, los estados y sus sistemas educativos están descartando, sin advertirlo, ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia”, dice Nussbaum, y nos muestra cómo las facultades que nos permiten desarrollar un pensamiento crítico, imaginar con compasión las dificultades del prójimo y conectarnos con nuestra común humanidad han dado paso a la obsesión por la prosperidad económica.
“Cuando se pierden de vista los argumentos, las personas se dejan llevar con facilidad por la fama o el prestigio del orador, o por el consenso de la cultura de pares”, advierte la otra ganadora del Príncipe de Asturias, y se inspira en la mayéutica socrática para rescatar la argumentación y el disenso individual como una forma de hacerle contrapeso a la “docilidad capacitada”. Al releer simultáneamente su libro y la noticia de los premios, pienso que atrás quedaron aquellos tiempos de dicotomías excluyentes en los que nos formamos “los mayores” y que este nuevo mundo es un continuum, en cual pueden dialogar el ingenio de Miyamoto con las preguntas de Nussbaum, para que cada cual elija su lugar. Pero no es fácil contraponer 275 millones de copias vendidas de Super Mario a las preguntas que deja Sin fines de lucro. Quizás es cierto que habitamos universos paralelos, como en un juego de Nintendo.
Yolanda Reyes