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En su columna para El Tiempo del lunes 11 de junio de 2012, Yolanda Reyes escribió:
Entre la sintonía y la empatía
“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, se lee la frase del filósofo Santayana, en los primeros episodios de Pablo Escobar, el patrón del mal. Aunque no es fácil tomar aire, en medio de la vertiginosa producción de Caracol, conviene hacer ciertas preguntas: ¿Esa es “La Historia”, así, deliberadamente escrita con mayúsculas? ¿Acaso hay una sola?
“No repetir la historia”, y eso vale para lo personal y lo social, implica desentrañar sentidos ocultos. Quien se haya enfrentado a una terapia después de una experiencia traumática, puede dar fe de ese proceso lento y doloroso de rebobinar una misma película que pasa una y otra vez por la cabeza, para leerla de otras formas: para pasarla por el tamiz de las palabras. Sanar heridas tiene que ver con esa repetición emocional que, a fuerza de organizar “en el lenguaje” la experiencia, permite tomar distancia hasta ponerla en un lugar donde no duela tanto e integrarla a la vida. ¿Es esa la pretensión de Caracol?
Como sucede cuando los grandes canales lanzan sus producciones, una agresiva campaña publicitaria se ha servido de todos sus espacios –sus noticieros, sus programas de opinión, sus emisoras de radio y hasta las páginas sociales– para convertir en noticia de actualidad la historia de Escobar. “Poner a hablar al país”, les oí decir a Juana Uribe y Camilo Cano, los creadores de la serie, entrevistados por Arizmendi, mientras relataban el dolor que vivieron como víctimas directas. Así, durante estas semanas, “guiados” por Caracol, nos hemos vuelto a conmover con los testimonios de algunos familiares de las víctimas.
Sin embargo, me impresionó descubrir la distancia entre los sentimientos de empatía que suscitan sus relatos y los que no logra suscitar la serie. El propósito de sus creadores de revivir la historia para procesarla parece haberse quedado en buenas intenciones, frente a un producto comercial que, hasta el momento, no aporta nada distinto a la fórmula de tetas, dinero, acción y esquematismos. Los buenos –casi siempre cultos y “decentes” –, versus los malos –casi siempre “de mal gusto” – reproducen un libreto lleno de clichés peyorativos y clasistas, en el que la producción y el rating le ganan a la complejidad que se dice haber buscado. Una de dos: o es falso que buscaban proponer otras miradas, o fracasaron en su intento.
El corto publicitario decía que, si bien todos sabemos “qué” sucedió, ahora podremos saber también “cómo” sucedió. Con esa moda enumerativa que homologa cantidad y calidad, mencionaba 1300 actores, 500 “locaciones” y una ficción “basada en documentos reales”, como si la palabra “documentos” bastara para imprimirle validez al narco guion. “Todo lo peligroso se convierte en plata”, asegura Caracol, y a juzgar por los récords de audiencia, la serie no será la excepción. Aunque su aspiración de recuperar la inversión es comprensible, por favor que no nos vendan intenciones edificantes ni analíticas ni pretensiones de catarsis. Poner a hablar al país, en el sentido de “pasar” por el lenguaje verbal o dramático una experiencia, significa mucho más que no dejarlo pestañear frente al ritmo trepidante del televisor.
En el otro extremo, y sin ruido mediático, el Canal Capital presenta un documental titulado Las víctimas de Pablo Escobar, dirigido por Hollman Morris. La propuesta, diametralmente distinta, recoge testimonios de personas que perdieron a sus seres queridos y que no tienen el glamur o la maldad necesarios para cautivar audiencias. Esas voces inaudibles de tantos colombianos que aún hoy se preguntan “por qué” ilustran el abismo entre sintonía y empatía: dos palabras que, aparte de la rima, tienen significados tan distintos. Quizás en tantas vidas y en tantas aristas sin contar se pueda arriesgar una metáfora que nos oriente y nos refleje, si es cierto que queremos conversar.
Yolanda Reyes