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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 23 de julio de 2012, Yolanda Reyes escribió:
De flacura, belleza y juventud
Me gusta el cuerpo liviano, ágil y elástico”, así comienza la burla de Alejandra Azcárate a las gordas en la revista Aló, y va sumando puntos que van de lo estereotipado a lo grotesco. Según se ha dicho, la calidad de la columna no merecería tanta atención, pero la indignación casi semejante a la que suscitó la Reforma a la Justicia en las redes sociales, nos está diciendo algo, en buena hora.
En buena hora esas reacciones obligaron a la autora a redactar, quizás con ayuda, a juzgar por la diferencia en la argumentación, una carta de disculpa: “Me culpo por haber tratado de forma irresponsable un tema que evidentemente destruye vidas”, afirmó. En este sentido, es importante matizarlo, la columna de Azcárate es la punta del iceberg de una cultura que marca al cuerpo, especialmente al femenino, desde la infancia y que lleva a suscribir una asociación perversa entre flacura, belleza y juventud como clave de éxito. Pero incurriríamos en otra ligereza si culpáramos a la modelo o a la revista por generar trastornos de alimentación en todos sus lectores.
Según Juanita Gempeler, codirectora del Programa Integral para los Trastornos de Alimentación “Equilibrio”, y coautora con Maritza Rodríguez del libro Cuando tu forma de comer se convierte en un problema, (Ediciones B), dirigido a los niños y también recomendable para los adultos, la anorexia y la bulimia dependen de una compleja conjunción de factores genéticos y de personalidad. Esto significa que, para tener un trastorno de alimentación, no bastan los mensajes de los medios; sin embargo, hay un denominador común: sin dieta no hay anorexia ni bulimia. O dicho con otras palabras, si ser gorda es una tragedia, como lo reitera Azcárate en su disculpa, aludiendo a su biografía personal, la conclusión sería la urgencia de hacer dieta. ¿Cuál y hasta dónde; hasta parecerse a quién? Ahí comienzan los problemas.
Las gordas “se asolean como un sapo bocabajo desparramadas sin tapujos” y los hombres “no las morbosean porque rayarían con la aberración” (sic), sostiene Azcárate. Quizás a muchos les parezcan necias sus palabras. Pero si pensamos en jóvenes y adolescentes que leen la revista en un momento crucial para la formación de su identidad, estas declaraciones pueden socavar una autoestima lesionada y disparar la vulnerabilidad, por no hablar de otras asociaciones entre el “morbo” de los hombres y el cuerpo femenino.
De anorexia y bulimia suele hablarse, casi siempre con poco rigor y casi siempre en “revistas femeninas”. Eso ha contribuido a distorsionar un problema de salud que se da en todos los estratos y que, en contra de lo que se creía, no solo afecta a las mujeres ni es exclusivo de los jóvenes. Aunque estos trastornos solían asociarse con personas entre 15 y 25 años, cada vez se detectan más casos a los 7, 8 y 9 años; en mujeres de 30 a 60, que ven con horror cómo se aleja “la eterna juventud”, y también entre los hombres. Por cada 10 mujeres, hay 6 casos masculinos.
Como saben quienes han vivido estos trastornos o quienes han perdido o afrontado el riesgo de perder un hijo, la anorexia y la bulimia merecen, además de respeto y empatía, una responsabilidad que atañe a los medios y a las figuras que son referencia para los jóvenes o para quienes no tienen otras opciones que les permitan filtrar y cotejar la información. Pero no me refiero a campañas esporádicas de “responsabilidad social”, sino a algo más profundo y cotidiano: a proponer otras miradas que valoren la diversidad de los cuerpos que habitamos. Estoy hablando de hacer visibles otras culturas, en plural intencional: de reconocernos y reconciliarnos con las huellas de quienes nos legaron genética e historia, imperfectas ambas, por supuesto, pero tan nuestras, como la huella digital y el ADN. Y para ello resulta clave arriesgar otros libretos: inteligentes, desafiantes, originales y, ojalá también, mejor escritos.
Yolanda Reyes