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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 12 de noviembre de 2012, Yolanda Reyes escribió:
¿El país que queremos ser?
Si el mundo es un hipermercado y el nuevo orden global es el Doing Business, esas antiguas insignias como escudo, himno y bandera dejaron de ser “competitivas” y ahora un país ya no es un país, simplemente, sino una “Marca País”. Para dar cohesión a los productos y a la identidad nacional, así como antes se usaba la etiqueta “made in USA”, hoy se invierten enormes sumas en “posicionar” (sic) marcas. En el caso colombiano se han gastado –invertido, perdón– 7.000 millones de pesos en 2012. Dicen que es buen negocio: que además de atraer turismo y vender patria, construye una identidad.
Pero como nuestra identidad es fluctuante, Colombia ya no es pasión. Atrás quedaron aquellos sagrados corazones y esa amenaza de “el único riesgo es que te quieras quedar” (cautivado o cautivo), que podía atemorizar a cautos inversionistas, para promovernos como paraíso de la inversión extranjera. Y nadie mejor que el presidente Santos, pieza fundamental de la estrategia, para vender la idea. “Hoy nos miran con otros ojos”, afirma en uno de los videos, y se refiere al país con frases tan cursis como “estrella fulgurante” y “el nuevo tigre de América Latina”. Una nueva narrativa para “un país solución”, asegura.
“Si la pregunta es dónde invertir, hacer negocios o ir de vacaciones, la respuesta está en un solo lugar. La respuesta es Colombia”, dice, sin vacilar, el texto. Con “una geometría creativa”, según afirma la gran alianza de firmas publicitarias que lo inventó, el sello hace énfasis en nuestra “megadiversidad” y conjuga cinco colores que, además de representar nuestras cinco regiones, tienen simbologías parecidas a las que recitábamos en primaria: el verde de nuestras riquezas naturales, el violeta de nuestras orquídeas, el amarillo del sol, el azul de ríos y mares y el rojo… se me olvidó, pero les aseguro que no simboliza la sangre derramada por nadie, pues el objetivo es “rectificar” la imagen negativa y mostrar un país que renace. ¡Sin sangre, obviamente!
El juego de formas y colores que los publicistas explicaron con mil palabras no parece sintetizarse en una imagen que se grabe en la retina, como Mercedes Benz o Coca Cola, por ejemplo. Los colores y las formas tienen cierta semejanza con la marca Brasil, lo cual parece poco ingenioso porque una marca debería distinguirse de otra existente. Y sobre los colores del sello, se lee la sílaba Co., tomada del código ISO, en alusión a internet, para vender una Colombia digital, innovadora y contemporánea. Bajo la sílaba Co., está la palabra Colombia, con una cacofonía (Co. Colombia) que recuerda, sin mala intención, el tartamudeo de algún líder.
Vamos, Colombia, echa pa´Iante, grita, baila, salta y canta, suena una música pegajosa, mientras el video muestra nuestra nueva identidad. Un tren que lleva carbón por las playas, el logo del Cerrejón, una ensambladora de vehículos, una cata de café e indígenas en paisajes aún sin hoteles, entre otras imágenes, rematan con nuestro típico “se le tiene” que nos hace pródigos con los extranjeros. Si bien la condición de una marca es perdurar, para ser identificable y recordada, la nuestra parece mudar al vaivén de las personalidades presidenciales y es inevitable leer conexiones: de un lado, pasión y riesgo; del otro, respuesta y negocios. Pero siempre la misma súplica: aquí “se les tiene” lo que quieran.
Recomiendo, para comparar, buscar la bella y sencilla marca país de Perú y ver el documental con el que Flavio Pantigoso ganó el concurso para promover la identidad peruana. Un bus, cargado de peruanos, llega a Perú, una población perdida de Nebraska, USA y, a través del encuentro de dos culturas, rompe el estereotipo de ser los colonizados de siempre. Es muy divertida la forma como entra al corazón del imperio la Inka Kola y cómo se mezclan gente y sabores de allí y de allá. Al verlo, entendí la diferencia entre un power point denso y una narrativa. Quizás el ingenio está en no decirlo todo. O en decirlo de otro modo.
Yolanda Reyes