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En su columna para El Tiempo del lunes 17 de octubre, Yolanda Reyes escribió:
«El movimiento estudiantil
¿Educación… o industria del conocimiento?
Aunque el pretexto de la movilización estudiantil es el Proyecto de Reforma a la Ley 30 de Educación Superior que la Ministra defiende como si solo la hubieran contratado para reformar la universidad y no para ser Ministra de Educación, el motivo de fondo quizás es justamente la falta de fondo de un proyecto educativo nacional.
La educación, la gran promesa que nos venden para mejorar la competitividad y la distribución equitativa del ingreso en esta mal llamada y mal globalizada “sociedad del conocimiento”, es un espejismo que hemos comprado sin chistar. ¿Quién podría negarse a suscribir la ecuación que pregonan los economistas sobre la relación entre formación de “capital humano” y equidad? El problema es que la ecuación no funciona igual en todos los contextos. Tomemos como ejemplo los panegíricos de las últimas semanas: de un lado, Steve Jobs, un niño pobre que, a fuerza de estudio y de talento, creó Apple en un suburbio norteamericano, y de otro lado, Julio Mario Santo Domingo, un “millonario filántropo” que, sin terminar sus estudios, centuplicó la fortuna heredada de su padre. ¿Cuál de las dos leyendas resulta más verosímil en Colombia?
Hay, pues, de entrada, una inconsistencia entre la retórica educativa y la inmovilidad social que conocemos: doctores que manejan taxis, notarios que plagian tesis de grado y gente con post doctorado que trabaja por hora cátedra y prestación de servicios. No obstante, aunque le apostemos a la posibilidad de cambiar el curso de las vidas y el rumbo del país mediante la educación, conviene preguntarse si este modelo de educación para la productividad que hizo crisis en el mundo es el que vamos a adoptar.
Quizás es eso lo que nuestros estudiantes, inspirados por sus compañeros chilenos, europeos y americanos, cuestionan. Ante la repetición monotemática de la Ministra, que insiste en que retiró el articulito sobre universidades con ánimo de lucro, ellos responden que se conservó el articulado y que la reforma es otro paso del proceso gerencial que, en los últimos años, ha pretendido aumentar cobertura, y ahora calidad, sin invertir el porcentaje del PIB que se requiere. No es solo que se nieguen a pasar 5 años estudiando y 15 años pagando mala educación, sino que no ven sentido de proyecto ni visión sobre la educación pública ni ideas sobre la autonomía y el lugar de la universidad y de ellos mismos en la construcción de una democracia distinta a este remedo.
La educación es un discurso edificado en torno al sueño de que la vida humana y la sociedad pueden ser mejores. Pero la idea del Estado como “regulador de la prestación del servicio” parece la pesadilla de un gerente sin visión de largo plazo. Cuenten, en las propuestas ministeriales, las referencias a medición, gestión, pertinencia, eficiencia y sostenibilidad y cotejen estos términos con un discurso coherente sobre la naturaleza creativa y crítica del conocimiento o sobre el lugar de la educación en este país que durante tantos años ha negado a los jóvenes la posibilidad de inventarse la vida, por no decir, la mera opción de sobrevivir, y notarán un desequilibrio en la enunciación de los medios y los fines.
La viabilidad financiera de las universidades es, sin duda, un asunto ineludible. Pero necesitamos saber cuál es la universidad que vamos a financiar y cómo se articula con el resto del sistema educativo y con el resto del país. Estos muchachos brillantes que se rehusan a ser la mercancía en una transacción educativa merecen más. Necesitamos mentes brillantes en el MEN, pero no solo “técnicos profesionales” para remendar la colcha de retazos de una reforma, sino para articular un discurso teleológico –en vez de tecnológico–. Esa es otra pregunta de fondo: si el ministerio debe liderar la tarea de pensar la educación, o simplemente, gestionarla.»
Yolanda Reyes