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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 25 de noviembre de 2013, Yolanda Reyes escribió:
Ese viril ninguneo
“¿A quién conoce usted?” es la pregunta que trae la portada del reciente número de Arcadia junto a las fotos de dos científicos colombianos: Manuel Patarroyo, con porcentaje de reconocimiento del 86%, y Nubia Muñoz, con 6%. “A pesar de que los méritos científicos de Nubia Muñoz superan con creces los de Manuel Patarroyo, él es infinitamente más conocido que ella”, se lee en la portada.
Nuevamente la revista dedica un especial para poner en evidencia que la sociedad “ha silenciado de manera indebida el trabajo equiparable o superior de muchas mujeres”, y aunque me atrevo a vaticinar que algunos lectores bien formados –no solo mayores, sino jóvenes, ¡y de ambos géneros! – lo podrán calificar, al igual que a esta columna, de “fundamentalismo feminista”, ese trabajo que recomiendo leer, documenta lo que estamos habituados a pasar por alto: las formas de ninguneo que siguen agazapadas bajo el ropaje de aparentes cambios cotidianos.
Según cifras del Instituto de Estadística de la UNESCO, (2011 y 2012), en América Latina y el Caribe el 45% de las personas que hacen investigación en ciencia y tecnología son mujeres. Sin embargo, este aumento de presencia femenina está empañado por “la sub representación de las mujeres”, tanto en los niveles altos del desempeño científico como en sus instancias de poder, en donde los mismos estudios muestran un fuerte predominio masculino. Las razones que se atribuyen a este desequilibrio son, además del mismo predominio masculino, el peso de los trabajos no remunerados ligados al cuidado doméstico, lo cual nos lleva de regreso a la hipótesis de que las cosas todavía distan de estar bien, pese a que los hombres laven platos y cambien, de vez en cuando, y muchas veces como un acto de liberalidad que merece el agradecimiento femenino, los pañales de sus hijos.
Unesco recomienda promover políticas de igualdad de género en ciencia y tecnología, mediante la definición de metas y de cuotas femeninas en becas y en instancias decisorias, lo mismo que consolidar estrategias educativas como clubes de matemáticas o de ciencias para estimular el interés de las niñas. Sin embargo, se requiere además un cambio cultural en las escuelas y en los hogares, que, desafortunadamente, no se vislumbra siquiera en los medios más formados, donde seguimos viviendo ciertas formas supuestamente “viriles” y sutiles de marcar el territorio. Ese “espíritu de cuerpo” masculino que, salvo maravillosas excepciones, parece propagarse inconscientemente de generación en generación es algo de lo que poco hablamos pública y abiertamente, quizás por temor a ser tildadas de “fundamentalistas feministas”. Y, viéndolo bien, ese “temor sutil” es otra consecuencia del machismo.
Al leer el especial de Arcadia recordé una columna de mi vecino Gabriel Silva titulada Mercedes (mayo 2013), que era un homenaje a la esposa de García Márquez y, en general -eso creía él- a las mujeres, y que entonces me hizo preguntarme si se daba cuenta de lo que decían sus palabras. “Es una injusticia, pero es ineludible. A las mujeres les toca no solo responder por los actos de sus propia vida sino también por los de sus hijos y –peor aún– por los de sus esposos”, escribió. Y sin ápice de duda, afirmó que “bajo el comando sereno de una mujer excepcional el hombre puede florecer para aportarle a la humanidad algo relevante”.
Ese trajinado lugar común según el cual detrás de todo gran hombre hay una gran mujer (¡¿sorprendida?!) es, como lo muestran las fotos de los negociadores de la Habana y las de nuestros encorbatados delfines de todas las edades, otra prueba de que en Colombia tenemos mucho por hacer para dejar de ser merecedoras de elogios por nuestra supuesta “abnegación que garantiza –según dice Silva–, que el mundo siga andando”… Para ellos, digo yo.
Yolanda Reyes