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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 3 de marzo de 2014, Yolanda Reyes escribió:
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Familias: ¡en plural!
A los candidatos del Partido Conservador les convendría leer la Encuesta Nacional de Demografía y Salud-ENSD, 1990-2010, (www.profamilia.org.co) que se divulgó la semana pasada y que muestra cambios profundos en las familias colombianas. Si hasta el Papa, como máxima autoridad de la Iglesia Católica, pidió –coincidencialmente también la semana pasada– “acompañar y no condenar a las parejas separadas”, los conservadores deberían enterarse, así fuera por cálculos electorales, de la transición demográfica del país y de su relación con las ideas sobre sexualidad, procreación y filiación.
Según rezan sus vallas, un pilar de la campaña política del conservatismo es la defensa de la familia, en singular intencional, y algunos de sus voceros hablan de “la defensa de la familia cristiana y verdadera”. El aspirante al Senado, Javier Suárez promete “mantener intacto el núcleo de las familias en Colombia” y ofrece un proyecto de ley para constituir, válganos Dios, el Ministerio de la Familia, como si no fuera suficiente con esa institución centralista llamada el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Por cierto, ¿se han fijado en el logo del ICBF, con esas grandes manos –estatales– sosteniendo una trinidad familiar?
Las mencionadas encuestas muestran, entre otras transformaciones, un descenso de la fecundidad a partir de la década del 70. Si antes de esa fecha eran frecuentes las familias con más de seis hijos, el descenso sostenido se refleja hoy en un promedio menor a dos hijos por familia. Según los estudios, hay una relación entre este descenso y el desarrollo social y económico: por ejemplo en Bogotá, Medellín, Valle y el Eje Cafetero, la tasa de fecundidad es menor que en el litoral Pacífico y el Caribe, lo cual indica que la segregación social también se extiende al número de hijos y que las condiciones de pobreza tienden a reproducirse.
Los cambios demográficos de estas últimas décadas se asocian a una ruptura entre los conceptos de relación sexual, matrimonio y procreación, que estuvieron indisolublemente unidos cuando nuestro país estaba consagrado al Sagrado Corazón. La postergación actual de la maternidad está relacionada con una diferenciación entre el inicio de las relaciones sexuales, el inicio de las uniones y el nacimiento del primer hijo, tres experiencias que, en tiempos pretéritos, ocurrían casi simultáneamente. Asimismo, las encuestas muestran un aumento de las uniones consensuadas, (lo que antes se denominaba, y muchas veces de forma peyorativa, “unión libre”). Estas uniones, a diferencia de lo que solía ocurrir en sectores marginales de América Latina, se dan en grupos con mayor nivel educativo que las contemplan como opción diferente al matrimonio.
La secularización de la sociedad actual se refleja en una heterogeneidad de concepciones sobre familia e incide también en el aumento de hogares uniparentales. La encuesta señala que en Colombia coexisten diversas formas de convivencia, no restringidas a la asociación de un hombre y una mujer, y los datos de 2010 muestran que más de la tercera parte de los hogares colombianos están a cargo de mujeres, por viudez, separación, decisiones personales y otras circunstancias.
Si alguna vez los hechos biológicos, jurídicos, afectivos y sociales cupieron bajo el mismo techo de la familia tradicional, estos datos indican que las formas de organización cambian como cambia la historia humana y que quizás hoy la idea de familia está más ligada a la construcción de un espacio simbólico que nos contiene y nos resguarda, que al número o al género de sus integrantes. Reconocer, caracterizar y albergar esa diversidad de familias, en plural intencional, es una decisión que apoyamos –o negamos– al elegir a quienes legislarán durante los próximos años sobre nuestras formas de vivir juntos.
Yolanda Reyes