Nuestra Directora: «El bullicio de Filbo: Espacios para la lectura»

Por: Yolanda Reyes

Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 28 de abril de 2013, Yolanda Reyes escribió:

El bullicio de Filbo
Espacios para la lectura

En una charla de Filbo titulada “Un dolor que supera las palabras”, la colombiana Piedad Bonnett y el portugués José Luís Peixoto hablaban sobre dos libros conmovedores: el de ella, alrededor del suicidio de su hijo, y el de él, sobre la muerte de su padre. A pesar del tráfico, de las goteras y de los charcos incurables de la feria, más de 300 personas de todas las edades, unidas en una conversación literaria sobre la muerte y la vida, intentaban escuchar a dos autores que habían puesto su corazón en las palabras.

Sin embargo, un estruendo de tambores y de voces impostadas llegaba del salón contiguo que carecía del mínimo aislamiento acústico exigible. Y, mientras los autores ahondaban en el duelo –lo que les hacía bajar el tono y casi les quebraba la voz–, paradójicamente aumentaban los decibeles del salón contiguo. Resultó tan difícil abstraerse del bullicio que los lectores recogieron firmas al final de la charla para presentar una queja ante Corferias.

Pero ese no es un hecho aislado. En el pabellón infantil de Filbo, la chilena Paloma Valdivia, invitada al Congreso Internacional de Ilustración, vivía una experiencia similar mientras los “recreacionistas” de Ecopetrol leían Es así, su hermoso libro alrededor del nacimiento y la muerte. El instante cuando “los que van y los que vienen se cruzan en el aire”, fue contado por personajes disfrazados de malas réplicas de Disney, con tono infantiloide, en presencia de un público de niños y de la autora, estupefacta.

Quizás Ecopetrol creyó que ser patrocinador de Filbo le daba derecho, no solo a poner su logo de tamaño colosal en el centro del pabellón de libros infantiles, sino a imponer condiciones contrarias a los acuerdos que habían construido los editores. Así, el espacio central que había sido destinado de común acuerdo, sin logos ni protagonismos, a hacer horas del cuento y encuentros con lectores, fue tomado por Ecopetrol para romper el ecosistema literario con contaminación visual y auditiva, y sin ningún criterio literario. Como sucede en Colombia, el mecenas impuso “un concepto”, según dijeron sus publicistas, para  convertir a la literatura infantil en ese banal estereotipo que autores, ilustradores y editores llevamos tantos años intentando cambiar.

El clima de intimidad y de introspección inherente a la lectura exige, lo mismo que exigiría un festival de música de cámara o de piano, ciertas condiciones arquitectónicas, estéticas, acústicas y de manejo de programación para evitar la competencia desigual entre un recital de poemas y uno de reguetón o entre el lanzamiento de una novela y el de un grupo de música electroacústica. Si bien  el ruido ambiente es inevitable en cualquier feria del libro, las interferencias que padecieron Juan Gabriel Vásquez, Mauricio Vargas y muchos otros autores y lectores son producto de una infraestructura inadecuada para los fines de esta feria, centrada en la voz y en las palabras, lo cual la diferencia de otras de la moda, del agro o de la industria.

Crear atmósferas propicias para la lectura y la conversación requiere de una cierta “poética del espacio” con la que no cuenta Corferias. Ahora, cuando Filbo se preocupa por ofrecer una programación cada vez mejor, llegó el momento de tomar en serio este problema. Una feria que, además de cobrar costosos arriendos a los expositores, cobra la entrada al público, debería brindar las condiciones esenciales para favorecer esos encuentros entre autores y lectores, como nos lo enseñó el Pabellón de Portugal. En cuanto a los patrocinadores, la idea es que hablen el lenguaje de los libros. (Y no al contrario). La banalidad no puede ser el costo, por muy  alto que sea su patrocinio.

Yolanda Reyes