Nuestra directora: ¿Que ocho años no es nada?

Por: Yolanda Reyes

Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 30 de julio de 2018, Yolanda Reyes escribió:

¿Que ocho años no es nada?

 

 

La próxima vez que escriba esta columna, gobernará a Colombia un nuevo presidente, y ahora me doy cuenta de que, no obstante llevar tantos años escribiendo en este diario sobre asuntos que muchas veces tienen relación con el Gobierno, solo he visto pasar dos presidentes.

Dieciséis años y solo dos gobiernos: eso no ayuda al debate en un país tan inclinado –valdría mejor decir, hincado– ante el poder. Por eso, a pesar de no saber (¿o sí?) quién será el nuevo mandatario, es sano recordar que ninguna esfera de la actividad pública está escriturada, que los ministerios no son vitalicios y los balances de gestión y las evaluaciones no los pueden hacer los mismos implicados. O sí: poderse, se puede, como lo hemos leído hasta el hastío en muchas entrevistas ‘libreteadas’ de las últimas semanas. Pero una cosa es leer y otra, leer levantando la cabeza, según decía Roland Barthes al referirse a la compleja actividad de pensar y hacerse preguntas entre los intersticios de los textos.

En ese sentido, una de las inexplicables paradojas de estos ocho años fue el manejo que la ministra de Cultura le dio al ejercicio del disenso. Quizás haber permanecido dos cuatrienios en el poder influyó en la baja tolerancia a la crítica que caracterizó su gestión, en contraposición al respeto por la libertad de prensa que propugnaba el Presidente. Bastantes casos conocidos en el gremio cultural ilustran las reacciones de Garcés frente a profesionales, artistas, instituciones o medios de comunicación que se atrevieron a disentir, y que se tradujeron en vetos de personas o en supresión de pauta publicitaria por la ministra.

Un caso interesante es el de la revista Arcadia, cuyos debates sobre asuntos culturales como la remodelación del Museo Nacional o el apoyo del ministerio al Festival Iberoamericano de Teatro, entre otros, “no le gustaron” a la ministra. Estos debates, esperables en el contexto del trabajo cultural, llevaron a Garcés a considerar opositor del ministerio al entonces director de la publicación, Juan David Correa, y el resultado, al parecer, fue el retiro de la pauta que le daba el ministerio a la revista. El ostracismo publicitario terminó cuando Correa renunció a Arcadia para asumir la dirección editorial de Planeta, y basta con mirar los últimos números, a partir de su salida en marzo de este año, para notar el regreso y el incremento paulatino de la publicidad del ministerio en la revista.

Si bien se sabe que la publicidad oficial es una fuente de financiación para los medios, resulta inaceptable que el precio de recibirla sean el silenciamiento, la adulación o las interferencias, explícitas o sutiles, en decisiones sobre el personal o la línea editorial de una publicación. Así como ya se acepta, aunque sea a regañadientes, la crítica de los medios a la actividad política, económica, judicial o de salud, sin que ello implique vetos, ‘regaños’ o supresión de publicidad, es urgente considerar no solo natural, sino beneficiosa, la crítica constante en la actividad cultural, lo cual se extiende, por supuesto, a las políticas y las actividades desarrolladas por los ministerios y los organismos oficiales.

Sin duda, el balance de los dos últimos cuatrienios será menos elogioso con la distancia del tiempo y la pérdida del poder. En eso consiste, por fortuna, la alternancia democrática. Sin embargo, el caso del Ministerio de Cultura resulta pertinente para pensar en las maneras de albergar voces diversas. En este momento, crucial para la construcción de una cultura de paz, nadie debería ser vetado por expresar sus opiniones. Para beneficio de los ciudadanos y del nuevo gobierno, deseo toda la crítica posible en este cuatrienio que comienza.

YOLANDA REYES