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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 8 de enero de 2013, Yolanda Reyes escribió:
Por caminos de herradura
Moniquirá a 22 km., se lee en una señal de carretera al pasar Santa Sofía, Boyacá. Si usted es parte de las hordas de turistas que en estas vacaciones centuplicaron el tráfico por las rutas de Villa de Leyva y el Ecce Hommo, es posible que haya decidido aventurarse, –nunca tan bien dicha la palabra– hacia la “ciudad dulce de Colombia”. Al fin y al cabo, en nuestro iluso imaginario colombiano, seguimos equiparando minutos con kilómetros y 22 km podrían significar menos de media hora.
Tremenda equivocación, se dará cuenta cuando ya no haya marcha atrás. Porque no hay ninguna advertencia de “transite bajo su propio riesgo” y, cuando usted advierta que la vía pavimentada se ha convertido en trocha y su carro se zarandee en medio de un imponente paisaje que disimula el precipicio, será tarde. Si tiene la suerte de toparse con alguien a quien pueda preguntar cuánto trecho le falta, quizás la respuesta sea un vago “porai ”, esa unidad de medición típicamente colombiana que reemplaza cualquier señalización elemental. Y cada vez que pueda sortear un obstáculo sin romper los amortiguadores ni perder el equilibrio, se considerará un sobreviviente.
Para fortuna suya, quizás lea estas palabras cuando haya regresado ileso, después de vacaciones. Y aunque nunca haya atravesado esos 22 km a Moniquirá que toman más de una hora, (en tiempo real, pero otra cosa es el aterrador tiempo psicológico), probablemente esta descripción le resulte familiar pues nuestra precaria infraestructura vial es una noticia trasnochada. Sin embargo, el problema, no para usted que ya está en casa, sino para las personas que transitan a diario por nuestras llamadas vías secundarias o terciarias, es que son su vida cotidiana, no su eventual deporte extremo de fin de año.
Y hay más: no siempre van en carro, ni mucho menos en 4×4, sino la mayoría de las veces en un bus, en un camión o en un campero desgastado por las vías, y tampoco tienen otra opción. Así como usted va al centro comercial o a la oficina, muchos van de Santa Sofía a Moniquirá, Barbosa, Gachantivá, Vado Real, o igual vale decir, a Mogotes, Capitanejo, Pamplona, Lloró, el Alto del Diablo, Balsillas, Algeciras o San Vicente del Caguán para hacer trámites, comprar, vender, autenticar su firma ante notario o para ser atendidos, en una ambulancia destartalada, por una urgencia hospitalaria.
Hace unos años le oí decir a Álvaro Uribe, desde un Consejo Comunitario en Boyacá, que pavimentaría la carretera de Santa Sofía a Moniquirá. Recuerdo las vallas con el lema “Obras con corazón Grande” que adornaron la vía, hasta que fueron reemplazadas por otras de Colombia Humanitaria. Desde entonces, sus moradores han esperado tener una carretera digna que no los ponga en peligro cada vez que circulan para vender productos en sus mercados semanales, y al cerrar 2012, el alcalde de Santa Sofía reunió a la comunidad para mostrar el contrato firmado por las autoridades nacionales.
Aunque la carretera a Moniquirá se ha pavimentado –en planos y proyectos– varias veces, los boyacenses confían en la promesa de año nuevo y como la prosperidad, además de cliché de tarjeta navideña, es lema de gobierno, creen que el futuro, ese tiempo verbal que conjuga el presidente, pasará por sus caminos. Entre tanto, las recientes tragedias en las carreteras del país nos recuerdan que esas vías que comunican nuestros pueblos, sin operación retorno ni soldados levantando sus pulgares, parecen pensadas para ciudadanos secundarios o terciarios que no reclaman y que tampoco figuran en las nuevas obligaciones contraídas para cumplir con los TLC. La ruta de Moniquirá es apenas un caso, entre los cientos de kilómetros prometidos, frustrados y repagados de antemano. Pero de esos caminos sin dolientes nadie habla, a no ser en caso de accidente.
Yolanda Reyes