Nuestra Directora: «Un fenómeno literario»

Por: Yolanda Reyes

Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 18 de marzo de 2013, Yolanda Reyes escribió:

Lo que no tienen nombre:
Un fenómeno literario

El 13 de marzo a las 7 de la noche, frente a un auditorio abarrotado de gente, la presentación del libro de Piedad Bonnett comenzó con el antiguo ritual del que se valen tantos padres y madres, a esas mismas horas, para conjurar con palabras la penumbra de las habitaciones de sus hijos. Así, conteniendo la respiración en un silencio que dolía, más de 300 personas oímos a Héctor Abad leer de viva voz fragmentos de Lo que no tiene nombre.

La voz de Abad a veces parecía que fuera a quebrarse, lo cual era un alivio porque todos necesitábamos reconocernos en esa fragilidad que habían creado las palabras de Bonnett, tan precisas como siempre, y tan pobladas de las pausas, los matices, los ritmos y los silencios que caracterizan su poética.  “Esos segundos de espanto para los que no hay lenguaje”, según dice Peter Handke en uno de los epígrafes que eligió la autora, se convirtieron, mediante un trabajo literario riguroso, en un libro sobre el amor y la pérdida que, desde antes de llegar a las librerías, ha suscitado un interés mediático sin precedentes y que, a poco más de una semana de su publicación, promete convertirse en un fenómeno de la literatura colombiana.

El suicidio de su hijo Daniel, de 28 años, en 2011, es el punto de partida. La imposibilidad de seguir viviendo sin resguardarse en las palabras y en su dolorosa y a la vez sanadora indagación llevaron a la autora a “tratar de comprender” ese misterio que siempre hay “en el corazón del suicidio”. “¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí mismo?”, es una de las preguntas recurrentes de la madre –de las preguntas que se quedaron sin respuesta, como tantas relacionadas con los hijos– y el libro recurre a las palabras  para llenar los huecos y darle continuidad a ese hilo narrativo entre la vida y la muerte que se rompe y que es necesario restaurar y poner a  salvo en un lugar seguro: “en el lenguaje”.

Dicen que, en circunstancias difíciles, reaccionamos más o menos de forma similar a lo que somos en circunstancias cotidianas y  Piedad Bonnett no podría haber sido distinta, ni como persona ni como autora, frente al suicidio de su hijo. Por ello, como lo hizo antes en sus obras, cuando se rehusó a idealizar  su infancia o su adolescencia, opta por llamar a las cosas por su nombre y no oculta el diagnóstico de esquizofrenia del hijo, para sacar a la luz los estereotipos que aún hacen hablar de las enfermedades mentales en voz baja, en vez de reconocerlas como trastornos cerebrales que pueden estudiarse y manejarse con drogas y terapias adecuadas.  Nombrarlas para dejar de estigmatizarlas y nombrar también ese dolor tan solitario que padecen las familias es otra pretensión del libro.

En los artículos escritos durante estos días se ha alabado la contención emotiva que le da el oficio de escritora a Bonnett para expresar un dolor tan hondo, sin caer en el sentimentalismo. Pero lo que a mí más me maravilla es la forma como “estrena” para nuestra literatura esa cierta tonalidad que da cuenta de los cuidados esenciales que prodigamos a los hijos. La maternidad, que ha sido  vista como sospechosa en la literatura, es manejada con esa misma contención para  iluminar sutilmente un campo emocional en el que poco se había ahondado: “Yo lo amaba, lo cuidaba, de esa manera elemental y sin embargo entrañable en que las madres amamos y cuidamos a nuestros hijos”… “Yo lo miraba vivir, con un secreto temblor”, se lee en el libro.

Quizás ese secreto temblor, casi inédito hasta ahora, atraviesa las páginas y ayuda a explicar la forma como el libro va de mano en mano. “Porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras”, dice Piedad, y se me ocurre que debe ser así, mientras veo cómo desaparecen los ejemplares  de la librería, y la mujer que limpia el polvo de los anaqueles me confiesa, con lágrimas en los ojos, que anoche se quedó, después del cierre, para leerse el libro de un tirón.

Yolanda Reyes