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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 3 1de marzo de 2014, Yolanda Reyes escribió:
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La escuela de don Agustín
«Mientras escribimos nos llega a los oídos la confusa algarabía de centenares de muchachos que juegan en los campos del colegio o discuten sus problemas bajo los árboles. Es el paso de las generaciones”, escribía Agustín Nieto Caballero hace cincuenta años, supongo que en la rectoría del Gimnasio Moderno, robándole instantes y palabras a las tareas cotidianas inherentes al oficio de educar.
“La sangre se renueva en ellos y en nosotros la ilusión”, lo imagino garabateando a puerta cerrada, después de haber dado instrucciones para que no lo interrumpieran, pero sabiendo que sería interrumpido irremediablemente: un alumno al que se le habría partido el brazo, una mamá que lo buscaría con urgencia, un profesor que necesitaría su consejo, una llamada para dar esa noticia familiar que solo él podría darle a un niño… En fin, los gajes del oficio que tantas veces se interponen, o más bien, se superponen al oficio de escribir.
El Consejo Superior le había pedido ordenar sus apuntes para publicar un libro con ocasión del cincuentenario del colegio, cuenta don Agustín en el libro que tengo en las manos y que se titula Una Escuela, (1969). Su propósito era “historiar lo más fielmente posible el origen y los primeros desenvolvimientos de esta empresa de cultura”, y fíjense en la expresión, empresa de cultura, porque su sueño fue hacer del Gimnasio Moderno un espacio de encuentro entre los principios pedagógicos y las didácticas de la Escuela Nueva que había visto gestar en la Europa de antes de la Primera Guerra Mundial, donde se había formado como Bachiller en Leyes y había coleccionado notas de viaje que recogían su obsesión: la pedagogía.
“A los muchachos a quienes hacia 1910 sorprendía la mayor edad en una universidad europea o norteamericana les había tocado en suerte presenciar una intensa e inusitada efervescencia ideológica en el campo de la educación… Filósofos y sociólogos descendían de sus altas cátedras para analizar los problemas de la escuela…se urgía con insistencia el cambio de los métodos ya caducos por otros más en consonancia con la salud del niño, con el libre desarrollo de su personalidad”. Sus palabras que hoy suenan tan “modernas” son del siglo pasado, cuando la pedagogía, ese discurso con el que una generación sueña una sociedad mejor para la siguiente, era parte del acontecer cultural y cuando figuras como Froëbel, Montessori y Decroly, entre otras, transformaban las formas de pensar la infancia y la escuela.
“Todos hemos vivido aquí conscientes de que la educación de las nuevas generaciones es el asunto más serio y más trascendental que tiene una nación”, afirma don Agustín, y es fácil entender que solo alguien con esa fuerza lograra traer a Colombia a Decroly. “A 2600 metros de altura, a doce días del mar y a treinta días de las costas de Francia, como un descomunal nido de águila, se halla la capital de Colombia”, narró ese médico y pedagogo belga, impresionado al llegar a este país y constatar que L´Ermitage, su escuela por la vida y para la vida donde habían nacido los Centros de Interés y donde se cambiaron las clases magistrales por propuestas que reconocían los intereses de los niños, hubiera inspirado aquella “escuela nueva en Sur América…en una región, tan apartada de la civilización europea”. (Son palabras de Decroly).
“Pronto seremos LOS VIEJOS, los buenos viejos aquellos que tal vez por una generación se evocan con cariño. Luego la evocación de nuestro nombre no será más que una reminiscencia incidental”, se equivocó don Agustín al escribir, porque todavía hoy nos sigue haciendo falta, y no solo en su “escuela nueva” que cumplió cien años, sino en este país que confunde educación con cobertura.
Yolanda Reyes