Nuestra directora: «Colapso en Bogotá»

Por: Yolanda Reyes

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Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 24 de noviembre de 2014, Yolanda Reyes escribió:

«Colapso en Bogotá»

 

Graciela vive en Bosa y trabaja en Usaquén. Gasta 6 horas o más en el SITP, según el clima, el trancón y el horario del conductor que a veces la obliga a bajarse en mitad de ruta, argumentando que terminó su jornada. Claudia siente que el puente de la estación de la 106 se tambalea por exceso de gente y rutinariamente enfrenta acoso sexual, atracos, esguinces, persecuciones y asfixia en Transmileno. Sofía, que vive en Suba, narra la misma odisea.

Úrsula, de 7 años, sale del colegio en La Calera a las 2 pm, pero a veces llega a las 6 a su casa por el trancón. Los estudiantes de colegios del norte sueñan con disfrutar una hora de luz en casa, en vez de perder tres horas embotellados en la autopista, justo entre los 4 y los 18 años que son cruciales para el aprendizaje. Sus profesores los ven irascibles y las investigaciones de neuropsicología ratifican la necesidad de garantizar a niños y adolescentes un mínimo de 9 horas de sueño.

Carlos vive en Cedritos y viaja cinco horas desde y hacia la universidad. Rodrigo, que vive en Chía, solo ve a sus hijos despiertos los fines de semana pues sale antes del amanecer y regresa cuando ya duermen. Yolanda viaja por trabajo y como la semana pasada no logró conseguir taxi, le rogó a su esposo que la llevara a El Dorado. Gastaron 2 horas y casi la deja el avión, y cuando llegó a Medellín, después del retraso debido al mal tiempo y del trayecto desde Rionegro, su esposo seguía en el trancón. ¿Es cierto que en Bogotá a uno se le botan los carros?, le preguntó el taxista, y ella recordó la escena caníbal, con esos carros cerrándose sobre otros en un puente sin carriles pintados y sin ninguna autoridad.

Juana camina 40 minutos de ida y 40 de vuelta en días laborales y lo decidió una tarde cuando se bajó del taxi, después de gastar 20 mil pesos y media hora en tres cuadras. Usa botas e impermeable y ha descubierto, junto a otros caminantes, las rutas con menos smog, menos andenes rotos y más iluminación para evitar caídas y atracos. Como ella, algunos ensayan soluciones aisladas, desde moverse en bicicleta hasta no moverse, salvo por fuerza mayor. En Bogotá se considera un insulto invitar a una finca cercana un sábado, hacer una fiesta infantil en un club, lanzar un libro o pensar en novenas. La gente prefiere encerrarse en su casa, que ir a un concierto, y nadie se ve con amigos: por culpa del tráfico, andan en vías de extinción.

Todas las conversaciones comienzan con una mención al trancón personal, pues cada cual tiene el suyo, y continúan con una discusión de rutas para desplazarse. Pero lo más preocupante es la sensación colectiva de desesperanza. Como si nadie fuera responsable de la emergencia vial, dejamos de hacer veeduría a las autoridades y asumimos la inmovilidad como un destino, en vez de buscar y exigir soluciones.

Si bien se necesitan soluciones estructurales de largo plazo, la inmovilidad actual amenaza la productividad de la ciudad y vulnera el derecho a la salud física y mental, al trabajo y a la educación de los ciudadanos. Se trata de una emergencia que requiere liderazgo administrativo, técnico y político para tomar medidas de corto plazo como evaluar el sistema de pico y placa, diseñar y ejecutar una estrategia eficaz de apoyo policial en vías e intersecciones y de sanciones consistentes para infractores, lo mismo que un proyecto de cultura ciudadana que estimule soluciones alternativas de transporte, teletrabajo y horarios diferenciales. ¿Qué medidas ha tomado el Alcalde y cuál es su equipo de crisis? ¿Existe aún la Secretaría de Movilidad? ¿Cuál entidad de control exige a las autoridades asumir responsabilidades frente a esta emergencia humanitaria que paralizó a Bogotá?

¿Nos paralizamos del todo, o comenzamos a resolver lo que se puede hacer hoy?

Yolanda Reyes