El miedo de los otros

Por: Yolanda Reyes

Una reseña del libro de Carolina Sanín, La gata sola
Ilustrado por Santiago Guevara
Colección Nidos para la Lectura
Loqueleo, Bogotá, 2018

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Carolina Sanín publicó su primer libro para niños, Dalia, en el año 2010. A mí me asombró y lo celebré porque, mientras contaba la historia de una perra salchicha, el libro insinuaba preguntas sobre “el mundo real” y “el mundo de la imaginación”. ¿De qué están hechas las cosas que los habitan? ¿Las cosas pueden pasar de un mundo a otro, y luego regresar? Y lo que nosotros pensamos… ¿en cuál de los dos mundos está? ¿Cómo funciona?

Esto sucedía con naturalidad, entre un juego y otro con las palabras y sus significados. El lenguaje daba vueltas alrededor de sí mismo, buscando su lugar, y uno como lector se quedaba pensando que el lenguaje era, que el lenguaje es, eso que está entre los dos mundos pero también dentro de cada uno de ellos.

Ahora leí su libro más reciente, publicado en la colección Nidos para la lectura: La gata sola, ilustrado por Santiago Guevara. Esta es la segunda vez que Sanín nos ofrece algo que se puede etiquetar como “literatura infantil”. Y vuelvo a pensar lo que pensé en 2010: que cuando ella escribe para niños, lo primero en lo que piensa es en la inteligencia de los niños.

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Ilustración de Santiago Guevara

La gata sola está escrita con cuidado. Cuando digo esto me refiero a que imagino a la autora eligiendo las palabras, midiéndolas, pesándolas, construyendo imágenes con ellas. A veces estas imágenes le exigen al lector que piense en las emociones como si fueran objetos físicos: que la soledad sea algo que se cuelga de los árboles, que la melancolía sea un pájaro mordido o una piedra tapando la entrada de una cueva. Otras veces las imágenes tienen poco que ver con lo material: “El miedo se vivía como la prisa. Era un deseo de que no sucediera nada, pero, al mismo tiempo, afán de que lo peor sucediera ya.” A veces las comparaciones con las que Sanín está jugando resuenan con ideas que ya teníamos, y otras veces son completamente inesperadas, como un pajarito que, visto por una gata, es un anhelo. Un anhelo y a la vez un fruto que no para de vibrar.

La escritura no va en una sola dirección. Tampoco la historia.

El punto de partida es una gata que aparece en un pueblo en el que nunca ha habido gatos. Ni gatas. De día su pelo es de varios tonos, sus ojos son de colores, tiene rasgos, pero como ella solo sale de noche, los habitantes del pueblo no ven eso. Lo que ven es una sombra gris. Empiezan a hacerse preguntas, pues como nunca antes han visto a una gata, no saben cómo sentirse con su presencia. Es muy interesante ver cómo las ideas que se les ocurren sobre el animal dicen mucho sobre ellos, sobre su forma de ser y de enfrentar lo desconocido. Ahí es cuando la historia se va mostrando como una fábula moderna. Primero hay una curiosidad por el animal desconocido; ganas de saber cómo es, de dónde viene y qué busca, pero pronto se agota. En este pueblo las ganas de pensar duran poco.

El miedo aparece pronto. Pero no es un solo miedo. Están los miedos de las personas, que se preguntan qué les puede hacer la gata, y aunque ella no les haga nada, eso no hace que los miedos se vayan; más bien, los convierte en costumbre, en rabia y en violencia. También está el miedo de la gata, que en últimas es miedo al miedo de los otros. Y Sanín nos recuerda que el miedo deja a todos sin compañía, porque hace que quien lo siente olvide que otros también lo están sintiendo.

Empieza a crecer la tensión en el pueblo y la narración va abriendo heridas, como las heridas que las piedras le dejan en el cuerpo a la gata. Cansada y hambrienta, la gata sola se esconde de las personas. Como esta es una gata que piensa, que se imagina cosas, que a veces tiene sueños y que los recuerda al otro día, lo que sucederá luego será que los lectores nos enteremos de las cosas que pasan en su mente. La acompañaremos a sobrevivir y sabremos que se puede hacer algo con el miedo.

No se necesita ser niño para querer a la gata y para sentir que la gata puede ser cualquiera. Tampoco se necesita ser adulto para entender que si los géneros literarios son una imposición arbitraria del mercado, la línea que separa la “literatura infantil” de la “literatura” es aun más arbitraria.

Mi lectura no habría estado completa sin las ilustraciones de Santiago Guevara: todas son collages, llenos de manchas, trazos, fotos, tipografía, pintura, líneas y muchas gatas diferentes. Me hizo pensar que aunque la gata está sola, no hay una sola gata. Imágenes expresivas y descontroladas en los momentos precisos me hicieron detenerme a mirar cómo se puede pintar el miedo, cómo se puede pintar la rabia. Miré largamente manchas negras. Luego me fijé en los pequeños detalles, en las figuras conocidas y después, un poco después, vi por dónde entraba la luz.

Este año, en que el tema central de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILBo, son las emociones (el lema de la FILBo es «Siente las ideas»), me impresionó este libro, que desdibuja la separación entre lo racional y lo emocional. Es un trabajo que invita a  pensar las emociones y a sentir las ideas. Llega en el momento oportuno.

Reseña de Isabel Calderón para espantapajaros.com

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Abril, 2018