Publicada en la revista Cambio
Bogotá, septiembre de 2000
Por: Yolanda Reyes
ANTHONY BROWNE
Un peso pesado de los Premios Andersen
Cartagena de Indias, la ciudad que desde los tiempos de piratas y corsarios, ha sido el escenario para todo tipo de encuentros, desde los más serios, hasta los más mágicos e inesperados, acaba de ser la sede de una cita que cada dos años convoca a todas las personas dedicadas al oficio de hacer libros para niños en el mundo entero. El congreso de IBBY, International Board on Books for Young People, reunió durante una semana de septiembre, a más de ochocientas personas, entre escritores, ilustradores, editores, libreros, críticos, maestros y bibliotecarios interesados en la lectura y la literatura infantil. En el marco de ese congreso se entregaron los Premios Andersen, que son los máximos galardones otorgados a los creadores de libros para niños. (Algo así como los Nobel de la literatura infantil). La brasileña Ana María Machado recibió el premio como autora y el inglés Anthony Browne recibió el premio de ilustración.
Cambio tuvo la oportunidad de hablar con Anthony Browne unas horas antes de recibir el Andersen. Para ese inglés irreverente y menudo, nacido en Sheffield en 1946 y muy parecido al tímido Willy de sus cuentos, la experiencia de leer su discurso ante una multitud de fans, en el teatro Pedro de Heredia, tenía cierto parecido con algunas de las escenas de sus libros. El personaje de un chimpancé débil y pequeño, que se enfrenta a un mundo de feroces gorilas es un motivo recurrente en su obra y quizás en otras escenas de su vida, como la que vivió ese día. Pero, con la humildad y la paciencia de Willy el tímido y, a la vez con la ternura y el humor que lo caracterizan, Browne tuvo tiempo para reírse con nosotros, comer arroz de coco y conversar a la sombra de una vieja casona en el centro de la ciudad. Y aunque dice ser de pocas palabras -de hecho sus libros lo son- la modorra del mediodía nos alcanzó para una deliciosa entrevista.
Yolanda Reyes: Voy a empezar por esa pregunta obvia que habrás contestado tantas veces y que seguro le sirve a Willy para romper el hielo. ¿Qué significa el premio Andersen en tu carrera?
Anthony Browne: Significa el fin de mi carrera. (Risas). Hasta aquí llego. No hay para dónde seguir…
YR: Habías estado en Colombia hace cuatro años. Además del Andersen, ¿qué ha pasado en estos cuatro años?
AB: No sé si me acuerdo. Hice nuevos libros. Cambié de editorial. Durante veinte años había tenido una excelente editora, Julia Mc Ree, pero ella se retiró y yo decidí salirme de Random House, que es una editorial enorme, un conglomerado. Me pasé a una editorial pequeña que publica, tal vez, los mejores libros para niños y los hace con muchísimo cuidado. Fue como un gran salto que me tiene feliz y lleno de entusiasmo.
YR: Hoy escogiste Gorila para leer al público en tu encuentro con los lectores. ¿Por qué Gorila? ¿Es tu libro preferido?
AB: Eso es relativo. También me gustan Zoológico, Cambios o Willy el Soñador. Pero Gorila es un libro extraño. Es el séptimo libro de mi carrera y fue el primer libro en el que sentí que todo se iba dando a la vez. Yo trabajé en él de un modo completamente instintivo. Sólo ahora, cuando miro para atrás, soy más consciente de lo que hice. Ahora puedo explicar, por ejemplo, que hice dos escenas en la cocina: una, que es la escena de Ana con el padre distante, en la que los colores son fríos y la perspectiva es lejana. Y la otra, la de Ana con el gorila, en la que los colores son cálidos y la perspectiva acerca las cosas. Pero, mientras lo hacía, todo iba pasando y así se fue dando.
YR: Quizás esas sensaciones que se fueron dando, como tú dices, son las que experimentan los niños lectores. Ellos no se detienen a analizar los colores que elegiste o el manejo de la perspectiva. Simplemente sienten la historia y quedan atrapados, seducidos en ella.
AB: ¿Atrapados? Eso me gusta.
YR: ¿Planeas hacer más libros de gorilas?
AB: Hay otro libro de Willy que está por salir y creo que será el último En ese libro hay una escena final, en una mesa de dibujo, en la que sale, sobre el escritorio, una máscara de Willy. De alguna forma, podría estar sugerido que Willy se queda atrás. Pero nunca se sabe del todo. Quizás siga viniendo…
YR: De todas formas, Willy el soñador es un libro muy distinto a los otros libros de Willy.
AB: Sí, es muy diferente. Es que no me gusta la idea de hacer más libros de Willy, en serie. Eso les gustaría a los editores porque ya tienen un mercado. Incluso, querrían también hacer una serie de televisión con el personaje. Pero yo no busco eso.
YR: En ese sentido, tu libro de Voces en el Parque es un libro mucho más complejo, con esas cuatro voces que se entrecruzan y ese juego de cuatro perspectivas que miran la realidad de distintas formas. Podría verse como un paso adelante en tu carrera…
AB: Me alegra que me digas que es un paso adelante porque, de cierta forma, también es un paso atrás. Se trata de un libro muy viejo, fue el segundo que hice, en 1977. Se llamaba Un Paseo por el Parque y la verdad es que nunca estuve contento con las ilustraciones ni con la historia, que me parecía demasiado simple. Entonces, mucho tiempo después lo retomé y fue emocionante volver atrás y hacer el libro otra vez.
YR: Es un libro muy audaz. Yo pensaba que era una idea nueva.
AB: No. Yo tuve muchos problemas con ese libro. Volví a empezarlo pero no parecía una idea muy comercial. Entonces empecé a trabajar en Willy el soñador porque quería hacer un libro que fuera como una serie de pinturas, sin la obligación de buscar la lógica o los nexos de una historia. Por eso escogí los sueños, que no obligan a ser lógico, sino a pintar lo que verdaderamente quieres. Así fue surgiendo. Las imágenes iban llegando, no tenía que pensarlas y podía pintar lo que quería, como en los sueños, que son de la imaginación. No tenía que explicar por qué ese árbol se convertía en banano. Fue una liberación. Y, cuando terminé Willy el soñador, volví a dedicarme a Voces en el parque. Pero las imágenes seguían pareciéndome muy simples y los personajes me parecían estereotipados. Estaba pensando cómo hacerlos diferentes y cubrí las ilustraciones con acetato, para protegerlas. Un día empecé a pintar sobre el acetato, solamente en las caras de mis personajes, que eran seres humanos. Entonces sucedió… Los fui transformando, de ser gente a ser gorilas y ¡funcionó!. Era sorprendente pero los gorilas parecían más reales. Las ilustraciones se volvieron más divertidas y también más extrañas. Y creo que dicen más sobre la gente, que las otras que eran sobre gente de verdad.
YR: Esa es una clave de tu trabajo. Si uno se fija bien, los gorilas son muy parecidos a la gente…
AB: Sí. Por eso me encanta citar siempre a un niño que me preguntó. “¿Willy es una persona real, o tú lo maquillas?”
YR: Siempre me ha resultado sorprendente que tú hagas libros tan complejos y los entiendan los niños de dos y tres años, lo mismo que los adultos. Además, en Latinoamérica y específicamente en Colombia, los niños no tienen muchos museos a su alcance y muchas veces no han visto jamás un cuadro de Dalí, de Van Gogh o de Magritte. Pero ellos ven las obras de arte de tus historias y entienden profundamente, o mejor, sienten, profundamente, el significado de ese cuadro puesto en ese lugar específico. Tus libros a veces son como los museos para nuestros niños.
AB: Es que los niños son increíblemente sensibles y brillantes. Y además, están muy cerca del arte. Todos dibujan y crean historias. Pero, entre la infancia y la edad adulta, algo sucede. Se vuelven serios y grandes y se olvidan de lo que sintieron.