En el nacimiento de Nidos para la Lectura

Por: Yolanda Reyes

Esta es una ponencia que Yolanda Reyes leyó en el lanzamiento de la colección Nidos para la Lectura, en la Feria del Libro de 2005, el 23 de abril. 

nidos

–¿Quisiera usted decirme qué camino debo tomar para salir de aquí?
–Eso depende, en mucho, del lugar a donde quiera ir –respondió el Gato.
–No me preocupa mayormente el lugar –dijo Alicia.
–En tal caso, poco importa el camino –declaró el Gato.
–Con tal de llegar a alguna parte –añadió Alicia a modo de explicación.
–¡Oh! –dijo el Gato–: puede usted estar segura de llegar, con tal de que camine durante un tiempo bastante largo”.
Lewis Caroll. Alicia en el país de las maravillas.

Hay palabras de los libros que uno va subrayando sin entender bien del todo y que se quedan incorporadas a la memoria durante muchos, muchos años. Cada uno va apropiándose de las suyas y aunque aparentemente las olvide por el camino, permanecen guardadas en algún recoveco. Recuerdo que subrayé esa conversación entre Alicia y el Gato cuando era una adolescente. Entonces pensaba, con esa suficiencia de la juventud, que se trataba de un diálogo más absurdo incluso que el resto de la historia. ¿Cómo no preocuparse por saber hacia dónde iba uno?, ¿cómo conformarse, simplemente con andar durante un tiempo bastante largo? –me preguntaba en esos días, cuando aún tenía la ilusión de que todo se decidiría pronto y que los caminos serían rectos y que bastaría sólo con decir por aquí o por allá, sin atajos ni matices, ni antesalas… ni mucho menos paciencia?

Pues bien, mientras pensaba cómo presentar la colección se me apareció el consejo del Gato y ya no se quiso ir. Y aunque gasté bastantes horas ahuyentándolo, en busca de palabras más pertinentes para comenzar esta presentación (¿qué diablos hacía ese gato ahí, colado, si ni siquiera Alicia en el país de las maravillas figuraba en el menú de los 15 libros escogidos?), al fin me resigné a dejarlo y poco a poco me fui dando cuenta de que no era tan causal su aparición, como casi nada es casual en esta vida. Y menos que nada lo es este proyecto de Nidos para la Lectura, que hoy sale oficialmente del cascarón.

¿Cuántos años se necesitan para formar un lector, uno solo? ¿Cuántos libros, cuántas palabras, cuántas voces y personas, cuántos encuentros y desencuentros? ¡Cuánta vida y cuántos caminos hemos recorrido nosotros, los que hoy estamos aquí, todos tan diferentes, para hacernos lectores y, tal vez, para hacer de éste un oficio de vida!

¿Cuándo nos hicimos lectores? O quizá valdría decir: ¿cuándo nos hicieron lectores? ¿Quiénes nos hicieron lectores? Y porque no hay momento exacto ni libro definitivo, el absurdo parlamento de Alicia con el Gato me resulta hoy tan revelador: “puede usted estar segura de llegar, con tal de que camine durante un tiempo bastante largo”.

Creo que es una maravillosa admonición para los que compartimos este oficio. Porque enseñar a leer, en el sentido amplio y cabal del término, requiere de mucho tiempo y el tiempo, ya se sabe, es una categoría difícil de alterar a pesar del Concorde o de Internet. Serán gajes del oficio, pero en lectura y en educación no todo es para ya, ni para este cuatrienio o para esta campaña específica, ni mucho menos para esta Feria del Libro. Quizás por eso son tan escasos los proyectos educativos de largo alcance y tan exiguos los presupuestos.

(Alguna vez un alto funcionario me sugirió que con el objeto de reducir costos y mostrar resultados inmediatos, triplicáramos el trabajo o no durmiéramos o madrugáramos más y contratáramos más gente. Le dije, con todo respeto, que para hacer un bebé se necesitaban nueve meses de gestación y que eso no se podía reemplazar por nueve vientres maternos, a razón de un mes cada uno… ¡Obviamente jamás volvieron a contratarme!… )

Para enseñar a leer y eso uno lo aprende, no sólo a defender sino también a disfrutar, se necesita un proceso largo de formación. Por eso no me avergüenzo de haber tomado varios años y muchas horas de encierro pensando en este proyecto que, como ustedes van a ver, no tiene ideas novedosas ni libros de última moda, sino que más bien recoge una experiencia sencilla y una suma de esfuerzos cotidianos que durante “un tiempo bastante largo” –eso sí– venimos haciendo muchas personas, en diversos ámbitos, para formar lectores.

Los conceptos que subyacen a este proyecto editorial de dar de leer a los niños, desde que nacen y nosotros los “leemos”, hasta que se hacen grandes lectores y se encierran en las habitaciones propias que construyen con sus propios libros, son básicamente los mismos que ustedes conocen y con los que trabajan día a día. Por eso tampoco es una casualidad que esta “salida del cascarón” de Nidos haya sido programada en un día como hoy, cuando se congregan en la Feria del Libro tantas personas del oficio, tan conocidas y tan cercanas.

Porque, además de tiempo, para formar a un lector se necesita un trabajo de equipo y en este salón –tampoco es casualidad– estamos por fin reunidos todos los que formamos lectores: desde mamás y papás y mis colegas de Espantapájaros que trabajan con los más pequeños –y a las que, dicho sea de paso, tantísimo les debe esta colección– hasta esa enorme red de gente que fomenta la lectura y en la que se tejen los esfuerzos de maestros, bibliotecarios, autores, ilustradores, investigadores y amigos de los libros.

Aunque los verán sintetizados en el folleto que preparó Alfaguara, en términos generales, esos conceptos parten de la idea de que, así como se pueden enseñar fonemas, números y tantas otras cosas, es posible enseñar, vale decir, transmitir el amor por la lectura y que suele ser más sencillo de lo que se supone. Basta con la presencia amorosa de un adulto entrañable que desde muy temprano vincule a la lectura con la vida y que ofrezca buenos libros durante todas las etapas de la formación de un lector. De ahí que la colección sitúe la génesis del placer de leer en el ámbito de la familia y se dirija principalmente a los padres para orientarlos en eso que ya saben hacer, aunque no lo crean: dar palabras y afecto, mientras comparten un libro con sus hijos.

Lo que hemos intentado es, simplemente, ofrecer literatura de calidad y seleccionar un menú de autores e ilustradores de hoy y de siempre, de aquí y de más lejos, para proponer desde el comienzo diversas posibilidades de lectura, en una amplia gama de géneros, pues pensamos que cada género aporta distintas posibilidades para la formación de un lector sensible, interpretativo y crítico y porque creemos que la lectura siempre es todo eso, –interpretativa, sensible, crítica– desde la primerísima infancia. Eso implica creer también que no hay un “advenimiento del sentido” a cierta edad, como en mis épocas, cuando a los niños se les atribuía “uso de razón” sólo a los 7 años, pues los lectores desde cero hasta cien, desarrollamos básicamente los mismos procesos y las mismas operaciones, y experimentamos las mismas emociones cuando nos abandonamos a un libro. Quizás el bebé que hinca los dientes en su primer libro o el que le gruñe a los monstruos es tan suspicaz, agudo e interpretativo como el sofisticado lector de una novela de Saramago.

Todos, niños y adultos, nos vamos formando como lectores literarios, leyendo de todo. Por ello, la colección ofrece obras narrativas para explorar diversos mundos e historias; libros álbum para leer la imagen y establecer conversaciones entre la ilustración y el lenguaje verbal; y también ofrece poesía, para experimentar las enormes posibilidades del ritmo, la musicalidad y la connotación, que están presentes en la comunicación humana.

Este menú de géneros se ha organizado en tres etapas distintas que se constituyen en grandes hitos en el desarrollo del lector y que no están ligadas a lo estrictamente cronológico, sino a esos grandes saltos que experimentamos en nuestro proceso de formación. Desde el momento en que no leemos sino que “alguien nos lee”, hasta ese momento en que, después de “leer con otros”, descubrimos el placer de “leer solos”, la colección pretende acompañar al niño y a los adultos que lo guían a conectar la literatura con las preguntas y las emociones que vamos experimentando durante los diversos momentos de la vida.

Así, cruzando la idea de los géneros con la de las etapas, (y cruzando también el ámbito de la realidad con el de los sueños; es decir, con el ámbito de lo posible y de lo bueno y de lo no excesivamente costoso) sugerimos los 15 títulos, 5 por cada franja, que ustedes van a conocer.

Hasta ahí, nada parece muy original. (Y es que en el fondo, ¿quién dijo que había que inventarse de nuevo lo que ha funcionado?). Sin embargo, lo que me enorgullece profundamente y quiero registrar como novedoso es el interés de la editorial Alfaguara por recoger este proyecto que lleva ya bastante tiempo y por sumarse, no con libros sueltos, sino con una filosofía sobre la lectura y con un concepto pedagógico claro, en la apuesta de formar lectores, invitando a la familia a trabajar en equipo con la escuela y apuntalando a esos años cruciales de la primera infancia en los que la lectura encuentra literalmente su nido y en los que se establecen los vínculos más duraderos con las palabras y con los libros. Esa apuesta del sector editorial puede ser un hito interesante en el proceso de aunar esfuerzos para asumir la responsabilidad de formar lectores desde distintos ámbitos, mediante un trabajo en el que participemos todos: editores, autores, ilustradores, especialistas y diseñadores gráficos junto a la familia, la escuela y la biblioteca. Creo que esa novedad sí puede marcar un cambio en el libreto y estimular la creación de nuevas propuestas editoriales.

Porque, es hora de confesarlo, muchas veces le pregunté a Pilar Reyes, la editora, en medio de tantas dudas y trasnochadas, quién la había mandado meterse en este proyecto, si ya tenía suficiente trabajo y autores de tanto prestigio en otras colecciones… Y la respuesta que siempre me ha dado es la que curiosamente dan tantos editores: que hacer libros para niños es el mayor reto para un editor y la mayor de las escuelas (¡y de las aventuras!). Yo añadiría, y creo que ella está de acuerdo, que se trata también de la mayor de las responsabilidades. Por eso quiero agradecerle, a Pilar y a todo el equipo editorial, el haber convocado a tantos autores, ilustradores y especialistas en torno a esta aventura.

Ya para cerrar esta conversación entre lectores, quiero sumar a al diálogo de Alicia y el Gato, un fragmento de Harold Bloom que encontré en sus Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades, pues creo que recoge, mejor que todas mis palabras, lo que puede significar dar de leer a un niño:

“¿Dónde nos encontramos más cómodos y al mismo tiempo más extraños? Idealmente, con nuestra familia y nuestros amigos, y finalmente, si es posible, con nuestra pareja. Sin embargo hay tantas sombras, tantas dificultades en todo amor humano, que siempre existe algo en nuestro interior que sigue sintiéndose solo. A medida que la inteligencia y la conciencia se desarrollan en nosotros, nos damos cuenta de que lo mejor y lo más antiguo de nosotros es incognoscible para los demás. Yo era un niño muy solitario, a pesar de vivir en un círculo familiar lleno de cariño, y sigo siendo una persona solitaria después de toda una vida de enseñar, releer y escribir. Pero estaría mucho más aislado si no me hubiera alimentado de relatos y poemas, y si ellos no siguieran nutriéndome. Un niño a solas con sus libros es, para mí, la verdadera imagen de una felicidad potencial, de algo que siempre está a punto de ser. Un niño, solitario y con talento, utilizará una historia o un poema maravillosos para crearse un compañero. Ese amigo invisible no es una fantasmagoría malsana, sino una mente que aprende a ejercitar todas sus facultades. Quizá es también ese momento misterioso en que nace un nuevo poeta, un nuevo narrador”.

Como ven, no hay nada demasiado original en esto de la lectura porque tampoco somos muy originales, en el fondo, los seres humanos. Pienso en Oscar Wilde contando cuentos hace más de un siglo a sus hijos Cyril y Vivian con los ojos llenos de lágrimas porque, según él decía, “las cosas bellas siempre hacen llorar”, y pienso también en toda la familia de Brunhoff reunida noche tras noche alrededor de un nuevo episodio del elefantito Babar. (Era la madre quien inventaba las historias y el padre, desde un sanatorio para tuberculosos las ilustraba y las enviaba por correo a la casa y luego esa madre las leía a sus hijos para reemplazar la dolorosa ausencia del padre.)

Y pienso también en esos niños que, sin saber hablar, rugen sus rugidos terribles mientras se embarcan con Max a Donde viven los monstruos, y pienso que, en el fondo, la lectura es un viaje sin ruta fija, un intento por salir de donde uno está y caminar durante bastante tiempo. Y es también esa red de voces que nos va construyendo por dentro y esa conversación permanente y esa maravillosa sucesión de encuentros aparentemente fortuitos como el que hoy nos convoca para celebrar el nacimiento de estos Nidos que hoy salen de su cascarón.

Hay mucho para celebrar. Así que por ahora, como dijo Max, “¡que empiece la fiesta monstruo!”