El silencio en «Los ahogados»

Por: Yolanda Reyes

maria teresa andruetto

Se abre el libro con una cortina de agua que cae del cielo y el lector se sumerge en un mundo gris y áspero creado por el grafito del lápiz sobre el papel. Empieza a contarse, en dos tiempos y en silencio, pasado y presente, la historia de una pareja que corre hacia una casa, antes para esconderse como enamorados, ahora, con un niño en brazos, a buscar refugio. Con un recurso casi cinematográfico, las ilustraciones le muestran al lector cómo el mismo lugar cambia de un tiempo a otro. La continuidad del gris de uno de los tiempos, el tiempo que primero ve el lector, el tiempo en el que el agua cae continuamente, es interrumpido por ilustraciones con un tono rojizo: veladas por una luz cálida que evoca la luz del sol de los días de playa.

La voz de la historia comienza con el texto que encierra a la pareja en aquella casa y que le muestra al lector la vida detrás de las persianas en la que viven. Un encierro que, sin embargo, se muestra como el término de una larga huida, de un caminar por las costas que parecen infinitas en busca de un albergue. Y sobre las costas por las que caminan, que parecen no acabar, aparece un bulto, un lobo marino, una foca quizá. No, un ahogado, un ahogado más. Mientras la pareja corre por las costas y mientras que la casa en la playa trata de borrar cualquier rastro de su existencia, el recuerdo del bulto sobre la costa le da paso a las pesadillas.

Comienza entonces el texto a remontarse al tiempo evocado por las ilustraciones de la luz cálida: el tiempo en el que la pareja se conoció en un río. A medida que corre el pasado, el presente va cerrando cada vez más a los personajes a los confines de la casa, extinguiendo poco a poco su existencia. Igual que la vida de los personajes, las palabras comienzan a cerrarse sobre sí mismas para cubrir rígidamente una realidad siempre latente pero subterránea a la que, sin llamar, el texto hace referencia todo el tiempo. La necesidad de ocultar y ocultarse, de minimizar cualquier tipo de expresión, reflejada en la rigidez de las palabras, se convierte en silencio; silencio que trasciende las palabras e inunda incluso de una de las manifestaciones más básicas del sentimiento, el llanto. El agua inunda el relato y rodea la casa, asediándola, pero ni una lágrima corre desde adentro. La historia termina en un grito de silencio, cuando al borde del abismo las palabras no pueden decirlo más, y las ilustraciones toman de nuevo al lector para revelar aquel subtexto callado y aquel miedo de los sueños de que ese otro pueda ser yo.

Un relato áspero y desgarrador sobre las desapariciones en la época de la dictadura argentina contada por una autora y un ilustrador que la vivieron de cerca. María Teresa Andruetto, escritora argentina ganadora del prestigioso premio Hans Christian Anderson, es quien le da las palabras a esta historia, una de las muchas posibles historias de un episodio de su país difícil de nombrar. Daniel Rabanal, ilustrador argentino que ha publicado varios libros y de novelas gráficas, es también un invitado a la FILBO 2017.