¿Dónde están la lectura y la escritura?

Por: Yolanda Reyes

Relato de una maestra que recorrió el mundo de “Egipto, el de los faraones”, al lado de sus niños, en un salón de clase.

Por Lina María Barrero. Espantapájaros Taller. 2009

Lina María Barrero, más conocida como “la profesora de los grandes”, lleva 13 años aprendiendo al lado de los niños en nuestro Jardín Infantil. Poco después de obtener su título como Psicopedagoga de la Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá, 1991), comenzó a trabajar en Espantapájaros y, motivada por sus inquietos alumnos, se ha convertido en entomóloga, agrónoma, arqueóloga, botánica, editora de libros raros y curiosos, contadora de historias e investigadora de mundos posibles e imposibles, por los que viaja incansablemente cada semestre desde su salón de clase. Espantapájaros se enorgullece de presentar este relato, en el que Lina recoge su experiencia de tantos años al lado de los niños, para mostrarnos que son ellos mismos el material más apasionante de lectura; que son un libro abierto a múltiples interpretaciones y a miles de escrituras. Y que, leyendo y escribiendo a su manera, cada uno asume poco a poco la tarea más apasionante: la de inventar la propia vida.

En mi trabajo con niños de tres a cinco años, me maravillo frecuentemente con su capacidad de asombro y su imaginación. Es fácil verlos entreteniéndose con sucesos simples a los ojos de los adultos, como caminar una y otra vez sobre las hojas secas que hay en el parque y creer que son unos tiranosaurios; pasar horas hundiendo objetos en un balde con agua e imaginar que están en una gran tormenta marina, o jugar al lobo y sentir que son los lobos más feroces sobre la faz de la tierra. Así, con esa naturalidad, los niños empiezan a plantearse preguntas sobre hechos científicos: ¿por qué hay objetos que no se hunden en el agua?, ¿por qué las hojas verdes no suenan al pisarlas?, ¿por qué las estrellas no salen de día?, ¿por qué ya no hay dinosaurios?

Las preguntas de los niños me han llevado a preguntarme en dónde están la lectura y la escritura y en qué momento se une con nuestros proyectos de aula. Yo pienso que la lectura y la escritura están ahí permanentemente: cuando jugamos al lobo, o al puente está quebrado; cuando les ofrecemos espacios para garabatear y dibujar, cuando les permitimos plantear sus inquietudes y sus hipótesis, o cuando discutimos en el salón sobre cómo construir una nave espacial. Los proyectos se construyen así, con esas preguntas, con esas necesidades e intereses de los niños, que nosotros captamos y les ayudamos a materializar.

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Sin detenerme en planteamientos teóricos, les contaré lo que ocurrió con un grupo de quince niños, entre los tres y los cinco años, en busca de las respuestas a sus inquietudes e intereses del momento. Verán cómo nuestro trabajo cotidiano se fue enriqueciendo con las lecturas que llegaban a nuestras manos y cómo las situaciones mismas nos llevaron a ese encuentro, lleno de sentido, con el lenguaje escrito.

Un día, cuando los niños jugaban libremente en el salón con las mesas volteadas a manera de barco, un grupo de ellos decidió viajar a Egipto. Al llegar allí, una niña se nombró “faraona”. Otros niños optaron por viajar al bosque y ser los exploradores que se encontraban con los lobos; otros hicieron de lobos, y así transcurrieron cerca de veinte minutos, todos absortos en su juego. Entonces observé cómo los lobos entraban al mundo de los egipcios y les aullaban…

Mi postura durante esta actividad era de escucha y observación; eventualmente hacía preguntas sobre lo que iba sucediendo: por ejemplo, si habían llegado de día o de noche o si hacía calor o frío. En el desarrollo de estos dos mundos paralelos, la niña que se nombró “faraona” también se “ordenó” como la jefa de los lobos, y paulatinamente, hizo que todos, tanto los lobos como los exploradores del bosque, hicieran parte del mundo de los egipcios y terminaran queriendo ser faraones. En el juego se planteó de entrada una discrepancia: un niño, que inicialmente estaba jugando a los lobos y que ahora quería ser faraón, opinó que no había mujeres “faraonas” que solo había faraones. Entonces surgió un primer interrogante: ¿por qué solo hay faraones?

Me pareció interesante generar una discusión sobre el conocimiento que los niños tenían sobre los egipcios y les pregunté: ¿Qué hace un faraón? He aquí las respuestas que me dieron:
-Es el que manda en Egipto.
-Es como un rey.
-Cuando muere, lo envuelven y lo hacen momia.
-Y lo entierran con sus juguetes y sus tesoros.

Así surgió la posibilidad de desarrollar con ellos “El mundo de los egipcios”. Cada niño “escribió” sus preguntas e hipótesis, empleando su propio código y yo simplemente fui “traduciendo” lo que ellos habían escrito a su manera:

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Colgamos las preguntas en un cartel, en el salón, y dejamos espacio para ir escribiendo otras preguntas que pudieran surgir en el camino. Luego decidimos pintar el desierto donde quedaba “Egipto, el de los faraones” y realizamos un listado de las cosas que querían hacer:
El desierto
El río Nilo con los cocodrilos
Las pirámides
Sus tesoros: collares, coronas y pulseras.

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Para hacer el desierto, opinaron que lo mejor era hacerlo con arena, obviamente traída de la arenera del parque, y decidieron pintar sobre cartulina, mezclando vinilo amarillo, arena y pegamento. Poco a poco fuimos armando nuestro gran mural del mundo de los egipcios y, durante el semestre, se pobló con pirámides, dioses, templos, obeliscos….

Una mañana, uno de los niños que inicialmente jugaba a los lobos del bosque trajo un libro sobre las momias: Cita con las momias, de John Malam, y nos mostró que cuando un Faraón moría, lo momificaban y lo ponían en un hermoso sarcófago. Una niña dijo: “las vendas son parecidas a las que usa mi mamá para adelgazar”. Entonces decidimos hacer un sarcófago, que fue puesto en la entrada de nuestro salón. Y comenzaron a hacer las joyas de los faraones y las reinas, pues ya a esta altura del trabajo, sabíamos que sí existieron mujeres que gobernaron a los egipcios. Con este libro ocurrió algo muy especial: los niños casi le exigieron a su compañero que lo dejara en el salón, pues diariamente lo tomaban y hacían pequeñas “lecturas” entre ellos, guiándose por las ilustraciones que observaban, alimentadas con toda la información que habían ido descubriendo con las charlas y las lecturas de otros textos. En este mismo libro conocimos algunos dioses y escribimos sus nombres en tarjetas que luego comenzaron a comparar con la escritura de sus propios nombres; así observaron que tenían algunas letras en común.

Otra mañana nos visitó la mamá de un niño del grupo, que venía a hablarnos sobre Tutankamón, el faraón más joven. Desde ese día todos quisieron ser ese faraón y yo los veía correr de un lado a otro en los recreos jugando a que “eran faraones… ¡luchando contra los Power Rangers!”. Otro día, otra mamá vino al salón para enseñarnos a hacer papel: nos habló sobre el papiro y cómo los egipcios hacían muchas otras cosas con papel. En otra ocasión, una niña trajo un artículo sobre los egipcios, que su papá le había sacado de Internet, y otro llegó con el último número de la revista National Geographic que hablaba sobre el tema. Así, con el material escrito que llegaba, el trabajo se iba enriqueciendo cada vez más y, con esa información de diferentes fuentes, que nos ayudó a resolver y a contrastar las preguntas de los niños, decidimos hacer nuestro propio libro. Para armarlo, organizamos un listado de las cosas que ellos consideraban importantes y cada uno quiso escribir los textos del libro con su propio código.

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Cada momento del proyecto fue una oportunidad para jugar y fantasear, para encontrarse con libros que ampliarían las fronteras de su imaginación y para convertirse en los creadores de un libro propio, con sus escrituras y sus ilustraciones particulares.

Para que los niños lleguen a desarrollar trabajos como este, ha sido necesario alimentarlos desde temprano con una gran variedad de experiencias y situaciones en las que han ido adquiriendo todo lo necesario para salir de viaje y apoderarse del mundo entero. Las múltiples entradas al mundo de las historias, el arte, la música y los libros, desde que son bebés, les han mostrado que hay otros lenguajes, diferentes al lenguaje cotidiano: lenguajes que encierran otra simbología, que se organizan de otra manera –de múltiples maneras- y que permiten ingresar a esos “mundos posibles”, para habitarlos y reconocerse en ellos.

En estos momentos es cuando considero que mi papel es el más afortunado, pues me permite no perder nunca ese deseo de conocer y de maravillarme con todo, y sentir esa delicia de estar entrando y saliendo del mundo fantástico: ese mundo por el que se mueven los niños con tanta naturalidad y que los conecta con la lectura y la escritura.

Libros recomendados sobre “Egipto, el de los faraones”:

Egipto. En busca de la tumba de Osiris. The Templar Company. Barcelona, Random House Mondadori, 2008

Cita con las momias. Malam, John. Barcelona, RBA Molino, 2005.

Maravillas de la antigüedad. Wood, Tim. Belgrano, Sigmar, 2002.

La tumba egipcia. Claude Delafosse. México, Océano Travesía, 2008.

El antiguo Egipto. Lloyd, Rob. Reino Unido, Usborne Publishing, 2008.