Entrevista a María Teresa Andruetto

Por: Yolanda Reyes

Es una de las autoras más destacadas de la literatura infantil contemporánea y ha roto barreras generacionales con sus libros para jóvenes y adultos…

A continuación les presentamos una entrevista que la revista El Librero le hizo a María Teresa Andruetto en mayo del 2013:

«La Tere» escribe sobre el lenguaje

Al Premio Hans Christian Andersen lo llaman «el Nobel de la literatura infantil». Cada dos años lo reciben dos personas: un autor y un ilustrador de libros para niños. Hasta el año pasado, no se lo había ganado nadie que escribiera en español. En la lista solo figuraban dos autoras latinoamericas: Lygia Bojunga y Ana María Machado, ambas brasileras. Pero en marzo del 2012 se lo dieron a la argentina Maria Teresa Andruetto.

En marzo de 2013 se celebró en Bogotá la segunda edición del Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ), organizado por la Fundación SM y la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República de Colombia. María Teresa Andruetto fue una de las invitadas internacionales más importantes. Ante 600 asistentes, dio una charla sobre la lengua y la identidad en la Biblioteca Luis Ángel Arango.

Aunque a Andruetto le interesa la promoción de lectura, es experta en literatura infantil y ha formado maestros, no todos sus lectores tienen la misma edad y no todos sus libros se leen en el colegio. Para sus lectores más pequeños, el año pasado Alfaguara publicó Benjamino: un relato popular italiano, ilustrado por Cynthia Orensztajn. A los jóvenes, Andruetto les ha hablado con honestidad en libros como Veladuras. Y con novelas como Lengua madre (Mondadori) y Stefano (Babel) ha roto barreras generacionales. Es una autora prolífica: ha publicado más de 20 libros de narrativa, poesía y ensayo. Elegir unos pocos y hablar de ellos es más sensato que tratar de dar una mirada panorámica a su obra.

Este año publicaste Benjamino en Colombia. La historia de ese niño diminuto que está a punto de ser devorado por un lobo no te la inventaste tú, sino que la tomaste prestada de la tradición oral piamontesa. ¿Alguien te la contaba a ti cuando eres pequeña?

Mi abuela materna, que era piamontesa. A ella la recuerdo como una mujer rústica: era una campesina que hacía colchones. La cultura piamontesa es práctica. Y su tradición oral es menos cantada y más ligada a la rudeza. La oralidad está dada por la astucia, lo cual es algo que pertenece tradicionalmente a la cultura popular. La pregunta que engendra los mejores relatos es: ¿Cómo hacer para sobrevivir en este mundo de lobos?

Y en el caso de Benjamino, la respuesta a esa gran pregunta es clara. Nos salva el lenguaje.

 Claro. Fíjate que Benjamino es un niño pequeñísimo, pero es diferente a todos los demás porque es mucho más sagaz. Cuando se lo traga la vaca lo salva su madre, pero después está por su cuenta y se salva solo. Lo que lo salva es jugar con las palabras.

Hay otro personaje en tu literatura que también es salvado por las palabras. Rosa, la protagonista de Veladuras, le cuenta su pena a un confidente. Teniendo en cuenta que el libro es para jóvenes, ¿puedes contarme cómo construiste la voz de Rosa para que pudiera transmitir su desolación sin caer la melancolía?

Lo primero que debo decir sobre la voz de Rosa es que metaforiza un modo de hablar que no es el mío, una forma de hablar del noroeste argentino: campesino, rural. Es una zona que conozco mucho, a donde fui varias veces cuando era joven.

Cuando Rosa habla se dirige a una doctora y le habla sobre su dolor. ¿Qué me puedes decir sobre su forma de desahogarse?

Yo no quería romper aquello que llamamos la cuarta pared y hablarle directo al lector. Quería que la de la pena de Rosa fuera más susurrada. Por eso, yo necesitaba un confidente para Rosa. Tú me dices que no se debe perder de vista el hecho de que este libro va dirigido al público juvenil. Al respecto, vale la pena decir que en la juventud es clarísima esa necesidad de un confidente. La palabra es un puente, no importa si conduce al padre, a la madre, al amigo, al amado, o sencillamente a alguien que te escucha desde adentro de vos mismo.

¿Te parece bien si cerramos esta entrevista hablando de un libro adulto, sobre tres mujeres, abuela, madre e hija, que se escriben cartas? ¿Por qué no empiezas por contarme cuánto tiempo tardaste en escribir Lengua Madre?

¡Claro! Ese fue un libro duro. Se me fueron más de cuatro años escribiéndolo. Pero no fue un trabajo constante, sino por etapas y con interrupciones.

¿Recuerdas con claridad cuándo decidiste escribirlo?

El día que me estaba mudando a la casa donde vivo ahora. Hace once años fue eso. Me recuerdo a mí misma desarmando la biblioteca, vaciando los estantes, llenando cajas de libros, sacando cosas… Y encuentro dentro de unos libros, que hacía años no abría, dos cartas escritas por mi madre, del año 76, dirigidas a mí.

El 76 fue el año del Golpe de Estado.

Exactamente. Las cartas eran de cuando yo tenía 21 años y me había ido en un exhilio interno a la Patagonia, justo cuando empezó la dictadura. Eran cartas con el típico estilo y el tono que tienen las cartas de mamás: «¿Cómo estás, nena, qué comés, sí estás comiendo bien?». Pero en esas cartas había dos cosas que me impactaron. Las dos hacen referencia a la dictadura. En una, me decía que había ido a una ciudad próxima a comprar azúcar, porque había escasez de azúcar, y en otra me contaba que a una mujer de su barrio la habían secuestrado, y me decía: «pero no es por lo que vos pensás, sino por otra cosa».

¿Por qué usaba esa expresión: «lo que vos pensás»?

Eso es impactante. Y lo decía mucho, todo el tiempo, en la correspondencia. Porque nosotras nos escribíamos en clave, porque muchas de las cartas eran abiertas. Seguro lo que habría querido decir era: «no es porque los militares se la hayan llevado», pero ese lenguaje no se podía usar. El hecho es que con ese par de detalles lo tuve todo para empezar a crear la historia de una mujer que se encuentra con cartas viejas, de otra época, y de ahí surgen interrogantes y disyuntivas.

¿Quisiste escribir una novela epistolar?

Bueno, pareciera que sí, porque lo primero que hice fue pasar esas cartas a la computadora. Y copiarlas varias veces: copy paste, copy paste, así. Luego lo que hice fue vaciar lo que ahí decía y poner otras cosas. Literalmente, le copié el estilo a mi madre.

¿Leíste novelas epistolares que te ayudaron a pensar cómo contar una historia con cartas?

La que más releí a conciencia fue Boquitas Pintadas, de Manuel Puig, ahí hay como un homenaje. Y otra novela que me gusta mucho de Natalia Ginzburg, que se llama Querido Miguel. Esa era la idea que yo tenía: solo cartas. Al poco tiempo de andar me di cuenta de que no podía decir todo con cartas, y en ese sentido el objetivo de escribir una novela epistolar fracasó.

Pero en lugar de la novela epistolar, lograste algo importante: creaste un universo literario, construido exclusivamente sobre la relación de tres mujeres.

Creo que lo que quise hacer con lengua madre fue retratar todas las sutilezas y las cosas no tan sutiles de ser a la vez madre e hija, nieta y abuela. Creo que las relaciones entre las mujeres están llenas de malentendidos y reproches, pero que son unos malentendidos y unos reproches que surgen del mismo amor. Me interesaba explorar ese tipo de amor, y ver cómo se sentía ese amor en un contexto tan complejo como el de Argentina en esa época.