Uno de los ejercicios de los alumnos del taller A la hora del cuento fue «rescatar» un cuento para compartir con los asistentes: un cuento que tuviera la emoción de un momento recordado. Queremos compartir dos de ellos con ustedes:
Volver
Volver a la infancia es estar en las rodillas de mi papá jugando “aserrín aserrán”, es oír de mi abuela, historias misteriosas sobre la ciudad donde nació, es recibir de merienda leche en botellita con galletas, es dejarse arropar en las noches y repetir el ángel de la guarda para alejar las pesadillas y descansar en paz y alegría, es codearse con ogros y princesas, lobos feroces y sirenas, duendes y cajas de yesca, cerditos y brujas que desaparecen con solo cerrar un libro.
Estos recuerdos los llevo como un sello en el corazón y son parte esencial de lo que soy. Pero existe un momento que marca mi vida, que re-crea un vínculo con los cuentos de una manera maravillosa……Tengo 32 años y 3 hijas pequeñas. Recibo una invitación a la hora del cuento. Llego puntual. En el andén hay un árbol, no recuerdo si un urapán o un cerezo. El local es pequeño, hay unos cubos de paja en la vitrina y un letrero que dice Espantapájaros. Las niñas entran y se mueven con confianza por entre los estantes llenos de libros.
De pronto nos llaman. Nos sentamos en el suelo formando un círculo, en un ritual que hemos mantenido con el tiempo. Y de la mano de mis hijas inicio un viaje a través de la Gran Sabana y revivo una experiencia inigualable…….que me lean un cuento……!
Marta Parada
Profesión: oidora
El ejercicio del cuento recuperado me ha llevado a tiempos lejanos y algunas reflexiones sobre mi acercamiento a la literatura.
A pesar de tener un padre muy lector, yo fui lectora tardía. De niña no tuve muchos libros. Mi actividad fundamental se desarrolló en la calle. Qué fortuna, eran otros tiempos. En ese grupo éramos muy pocas niñas, una sola casa aportaba diez niños, eso me llevó a jugar canicas, trompo, guerra libertadora, en fin, un sin número de actividades que hoy ya poco se juegan. Sin embargo, a los siete años sucedieron varios eventos importantes: la primera comunión, el sarampión y las paperas.
Mi hermana mayor asumió el cuidado de las odiosas paperas y, además de ponerme cuidadosamente una horrible pomada negra y un pañuelo alrededor de mi cara para proteger la almohada, cada día dedicaba tiempo para leerme un libro que me regalaron en la primera comunión.
Recuerdo su tamaño, el color de sus pastas, la ilustración y su nombre… “Marcelino pan y vino”, mas no recuerdo su autor. Qué libro tan triste. Un niño huérfano que llega a un convento y le habla a un crucifijo y finalmente muere en brazos de Jesús. Cómo lloré; creo que de ahí me viene el placer de llorar con libros y películas y el poco gusto por los crucifijos. Pero esa lectura marcó (mi afición por oír del que apenas ahora soy muy consciente. Más que escribir o contar, me encanta oír.
En mi vida profesional me la pasé en cuanto diplomado, conferencia y congreso había. Ahora, disfrutando de feliz retiro, me embeleso oyendo conferencias sobre historia, literatura, arte, a Yolanda, Lucía y Lina con sus cuentos y poesías, o a tantos autores que he tenido el privilegio de oír en este espacio.
Por eso me declaro irremediablemente: oidora.
Olga Susana Mejía