Yolanda Reyes, conferencista en el Congreso IBBY

Por: Yolanda Reyes

Cada dos años se celebra el Congreso Internacional IBBY en alguno de los 76 países que hacen parte de la organización sin ánimo de lucro IBBY: International Board on Books for Young People. Este año, la fiesta fue en la Ciudad de México, del 10 al 13 de septiembre y su lema fue: que todos signifique todos.

Como siempre, personas de todas partes del mundo interesadas en la promoción, creación, publicación y divulgación de literatura infantil y juvenil intercambiaron experiencias y puntos de vista.

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Nos sentimos muy orgullosos de contarles que Yolanda Reyes, nuestra directora, fue una de las ponentes magistrales. El viernes 12 de septiembre a las 3:00 de la tarde, leyó una ponencia sobre la literatura como un espacio en el que las personas podemos reconocernos.

La ponencia será publicada por los organizadores del Congreso en las Memorias. Mientras tanto, compartimos con ustedes este fragmento que ella nos regaló. Esperamos que lo disfruten:

«Mientras escribo a tientas, vuelvo a evocar aquel viejo ejemplar de Sin familia y pienso que la literatura se atrevió a llevarme hasta el fondo del dolor, cuando nada terrible me había pasado. Y vuelvo a estar con mi abuela, llorando juntas el horror de la esclavitud en La cabaña del Tío Tom y me devuelvo más atrás para evocar, con El Patito feo, mi sensación de no pertenecer a ninguna familia, y vuelvo a escuchar la voz de mi tía leyéndonos los cuentos de Oscar Wilde, y pienso en la sensibilidad de ese hombre que fue perseguido por su homosexualidad, inventando historias cada noche para sus hijos Cyril y Vivian, y diciéndoles que las cosas bellas siempre hacen llorar. Y me pregunto dónde pude haber aprendido más sobre la condición humana, más del dolor y de la maldad y de la culpa y la exclusión, y también de la belleza y la emoción y de la risa y del amor que en la literatura. Mientras los discursos de la vida cotidiana insistían en educarnos, normalizarnos, moralizarnos y domesticarnos, mientras me enseñaban a no ser tan débil ni tan tímida ni ser tan torpe ni ser tan vulnerable; mientras intentaba defenderme con la voz a punto de quebrarse, argumentar sin tener que levantarme de la mesa familiar hecha un mar de lágrimas, a participar en clase sin ponerme colorada como un tomate (conservo la expresión: es literal), mientras me decían “eso no es nada” cuando tanto me dolía, la literatura mostraba otros caminos: lo que no se podía controlar, lo que no se decía en las visitas, lo que sí dolía. Y si cito estas viejas historias que leí cuando era niña es para reaccionar contra un lugar común que afirma que la literatura contemporánea para niños está descubriendo que los niños son gente y no ositos de peluche, porque de eso se ha tratado siempre. También de la risa y de lo bello y de lo bueno, pero unido a las lágrimas, a lo más esperpéntico, a la maldad. Todo junto. Por eso nos hechiza; por eso nos fascina».