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Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.
En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 26 de mayo de 2014, Yolanda Reyes escribió:
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El verdadero debate
Nuestros hijos, que crecieron con la Constitución de 1991, que han visto brotar primaveras árabes, españolas y chilenas y que hace cuatro años vislumbraron también algún brote de ilusión con la ola verde, se han sentido aun más desencantados frente a estas elecciones que nosotros.
Da tristeza verlos así, sin esa sensación de fuerza colectiva y del todo por hacer que podría brindarles la participación política y que es –o debería ser– una motivación de los veinte años. O no: tristeza no; da vergüenza porque, al fin y al cabo, son hijos nuestros y su impotencia nos devuelve la nuestra. Algo, seguramente, hicimos mal para que todo siga igual.
Mientras nosotros envejecemos, ellos se hacen mayores sintiendo que el voto aquí no cuenta –que ellos no cuentan–, que la política en Colombia corrompe lo que toca y que se sigue resolviendo en otros escenarios oscuros y llenos de secretos, que solo se revelan cuando los antiguos cómplices se vuelven enemigos. Sin embargo ya no podemos consolarnos pensando que el nuevo ordenamiento constitucional requiere tiempo. Estos jóvenes crecieron con una Constitución que los consagró desde su infancia como sujetos de derechos y hay que ver el resultado: unos están asqueados, otros repiten los viejos lemas de sus padres sobre el fin que justifica los medios, y otros, a duras penas, sobreviven. Y ni eso.
En medio de la resaca que nos deja el infierno de delaciones, odios y trapos sucios de las últimas semanas, cabe preguntarse cuál es la educación política –ese compendio de teoría y práctica– que, más allá de la letra muerta de las llamadas Competencias Ciudadanas, se transmite de generación en generación en Colombia y cuáles son las ideas de liderazgo y de poder que quedan claras después de una campaña donde solo recibió atención lo escandaloso, lo doloso y lo pasional, en el sentido más primario. Además de la responsabilidad que concierne a los políticos, al Estado y, por supuesto, hay que decirlo, a los medios de comunicación, cabe preguntarse cuál es la responsabilidad de las “audiencias”. ¿Qué leemos, qué escribimos y a qué prestamos atención para que el foco de la contienda electoral se haya centrado en los dos que más gritaron?
Una vez más perdimos la oportunidad de discutir proyectos de país y de contrastar programas de gobierno, y eso por no hablar de educación que fue, como siempre pero esta vez con más expectativas incumplidas, la gran farsa del debate. La discusión sobre lo público y sobre las propuestas de organizar la sociedad en la que los ciudadanos tenemos un interés vital y de la que deberíamos habernos ocupado para tomar decisiones informadas fue justamente la que nos quedamos debiendo.
Más allá de un par de simplificaciones genéricas del tipo guerra versus paz, o calidad versus cobertura, la trayectoria vital y profesional de los diversos candidatos, su comportamiento y su afiliación con un partido que comparte unos principios, unas formas de actuar, una historia y unas políticas de largo plazo son parte de ese conocimiento informado que deberíamos tener los ciudadanos y que es la razón de ser de una campaña. Lo que se prometió y se reveló, pero también las formas de reaccionar, de asumir, de ocultar, de responder o de callar de cada candidato y sus partidos ilustraron, más que nunca, el significado de la democracia en Colombia. Pero la culpa no solo recae en los políticos por lo que no nos contestaron, sino en nosotros, por todo lo que no les preguntamos.
Quizás cada país se reconoce, no solo por los candidatos que elige, sino por lo que les exige. Ese es el fondo del debate político y, por supuesto, el fondo del debate educativo. Porque una sociedad intelectualmente viva y políticamente formada no habría patrocinado esta vergüenza que mal puede llamarse democracia.
Yolanda Reyes