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En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 13 de octubre de 2014, Yolanda Reyes escribió:
«Una niña con un libro»
¿Qué relación hay entre el Nobel de Paz de Malala y la alarma mundial por la superpoblación que hace unos días fue noticia en este diario? ¿Cuál es la conexión entre una adolescente paquistaní, herida en un bus escolar, que hoy simboliza el derecho a la educación, con la noticia de que nuestros descendientes serán alrededor de 11 mil millones en 2100? Esas cifras exponenciales que obligan a preguntar, de la misma forma que cuando se diseña un edificio o se calcula el aforo de un teatro, por la carga que puede soportar la Tierra, tienen cifrada una esperanza en millones de niñas como Malala.
El periodista científico Alan Weisman lo explica en el libro La cuenta atrás, (Debate, 2014), presentado en el Hay Festival de Xalapa. Según la investigación de este norteamericano que adora a Colombia y a quien tendremos en el Hay de Cartagena, cada cuatro días y medio añadimos un millón de bebés al planeta. “O hacemos descender la población a través de la planificación familiar responsable, o la naturaleza lo va a hacer por nosotros, brutalmente”, afirma.
En busca de soluciones realistas que no fueran utópicas, pero tampoco totalitarias, Weisman viajó durante dos años por 21 países como México, Costa Rica, Brasil, Tailandia, Singapur, Túnez, Irán y Pakistán, entre otros, y recogió propuestas de descenso poblacional en culturas diversas. Cita, por ejemplo, el caso de Irán, donde resultó crucial la influencia del ayatolá Jomeini, quien dictaminó que nada en el Corán se oponía al control de la natalidad. “Cuando la sabiduría dicta que no necesitas más niños, la vasectomía es permitida”, sentenció en 1989, y no es extraño que Weisman haya convertido esa frase en epígrafe del libro pues para nadie es un secreto el impacto que tienen las religiones en el control, -o descontrol- natal.
A semejante dispensa, se sumaron tres estrategias en el país musulmán: la repartición masiva de anticonceptivos; las clases prematrimoniales obligatorias, con lecciones sobre el costo de alimentar y educar a un hijo; y el aumento de permanencia de las niñas en el sistema escolar, puesto que un factor crucial para postergar los embarazos es la oportunidad de estudiar. Actualmente, el 60% de la población universitaria iraní es de mujeres y el crecimiento de la población se redujo a la tasa de reemplazo (dos padres tienen un promedio de dos hijos para reemplazarse a sí mismos).
En Pakistán, el país de Malala, donde una superpoblación de 190 millones de habitantes vive en un territorio del tamaño de Texas, Weisman visitó unas escuelas innovadoras situadas en Karachi, a las que asisten niños y niñas en igual proporción, con el fin de que los varones se eduquen respetando a las mujeres. Para subsanar la dificultad de dar mensajes explícitos sobre control natal, se optó por la estrategia sutil de asignarle a las niñas, en calidad de mentoras, mujeres profesionales exitosas. Con un promedio de dos hijos, ellas les demuestran a las nuevas generaciones, a través del ejemplo, lo que significa el derecho a decidir cuántos hijos cuidar, sin renunciar a la vida profesional.
Una de las tesis del libro es la relación entre la educación femenina, la autonomía para tomar decisiones con respecto a la maternidad y las cifras demográficas. En ese sentido, los altos niveles educativos pueden explicar por qué países tradicionalmente católicos como España o Italia muestran tasas de natalidad por debajo de la tasa de reemplazo. “Si la educación y la anticoncepción femeninas estuvieran universalmente disponibles, habría mil millones menos de nosotros a mediados de este siglo, lo que nos pondría en el buen camino hacia la sostenibilidad sin ningún gobierno totalitario”, dice Weisman.
Una niña con un libro es, pues, un símbolo del poder que significa decidir por cuenta propia. Y no solo cómo reproducirse, sino cómo inventarse la vida.
Yolanda Reyes