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En su columna para El Tiempo, de hoy, lunes 23 de junio de 2014, Yolanda Reyes escribió:
.«MECHAS Y LOS INTELECTUALES»
Dicen que en la pasada campaña electoral hubo dos tipos de mensajes que inclinaron la intención de voto: de un lado, el video de Mechas, una mujer “humilde” –nótese el eufemismo con el que fue caracterizada– que anunció votar por “Juan Pa”, como llamó a Santos, porque prometía regalar casas a los pobres; y de otro lado, el respaldo de los llamados “intelectuales” –no todos, como generalizó el presidente, pero sí bastantes – que firmaron cartas de adhesión y escribieron columnas intentando explicar por qué su decisión electoral debía ser imitada por sus lectores. Incluso algunos revivieron sus tiempos gregarios de la adolescencia pintándose las manos con mayúsculas de PAZ y dibujitos de palomas.
Conviene tomar un poco de distancia, mientras volvemos a convertirnos en carnada de políticos de las siguientes elecciones, para interpretar lo que nos están diciendo esos mensajes acerca de nuestras competencias como electores y, no es un juego de palabras, sobre nuestras competencias como lectores.
Se trata, en el fondo, de la misma vieja brecha entre eso que algunos siguen denominando “el pueblo” y esa supuesta élite llamada “los intelectuales”, bajo la cual se engloba no solo a quienes trabajan con las artes, las letras, el periodismo o la academia, sino a quienes detentan el poder de la palabra. Me refiero a ese poder para contar y ser tenido en cuenta, que es uno de los bienes más desigualmente repartidos en Colombia y que se relaciona con “privilegios”, como recibir educación de calidad, casi siempre privada, y tener cercanía con el poder político, económico y social. Los intelectuales, para nadie es secreto, mantienen continuos coqueteos con el poder y la farándula, como se ve en las páginas sociales que parecen del tiempo de los criollos ilustrados.
Del otro lado, en cambio, está el llamado “pueblo”, representado por Mechas, y aunque no es claro si el video fue espontáneo o prefabricado, fue explotado por la campaña de Santos y por eso es revelador leer entre líneas su mensaje. En primer lugar, parece insinuar que una “mujer humilde” no tiene la capacidad –ni el derecho ni el deber– de tener información básica sobre los candidatos que elegirá (si los llama Juan Pa y Zurriaga, se infiere su falta de conocimiento). Sin embargo, en vez de preocupar al presidente y a los electores, su desconocimiento se celebra de forma paternalista e indulgente, como si fuera representativo de la idiosincracia del “pueblo colombiano”. En segundo lugar, se trata de la vieja concepción asistencialista que ha orientado las relaciones entre el Estado y los ciudadanos en condiciones de pobreza: el gobernante es dueño de los dineros públicos y, en su infinita generosidad, sortea y reparte dádivas, en vez de garantizar derechos.
Cabría preguntarse por qué la perspectiva de derechos, que es un pilar de la Constitución de 1991, no ha logrado desterrar esa cultura de la dádiva. En vez de proponer otras relaciones, los candidatos Santos y Zuluaga les prometieron casas y subsidios a las familias pobres, para explotar no solo la pobreza material, sino la pobreza simbólica, pues cambiar votos por casas es insultar la inteligencia ciudadana negando el derecho de elegir, de informarse y de exigir.
En medio de esos dos estereotipos, -intelectuales e ignorantes- se reafirma la necesidad de formar una ciudadanía que se constituya en masa crítica para sustentar el ejercicio democrático. Porque la capacidad para pensar, leer, escribir y decidir no es patrimonio de los “intelectuales” sino un derecho de todos. O para decirlo con la frase que hizo célebre Gianni Rodari, en su Gramática de la Fantasía, “Todos los usos de las palabras para todos. No para que todos seamos artistas sino para que ninguno sea esclavo”.
Yolanda Reyes