Nuestra directora: «La historia sin nosotras»

Por: Yolanda Reyes

.

Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 1 de marzo de 2015, Yolanda Reyes escribió:

La historia sin nosotras

 

Entre los 12 académicos más los dos relatores de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas solo hay una mujer. Esa Comisión, producto de un acuerdo entre las Farc y el Gobierno para estudiar las múltiples causas del conflicto, las condiciones que incididen en su persistencia y sus efectos en la población, publicó recientemente un informe que consta de doce textos firmados por cada experto, y de dos relatorías, en las que se exponen consensos y disensos.

Se trata de un texto indispensable al que conviene dedicarle más espacio y más columnas, pero hoy, a una semana de la conmemoración del 8 de marzo, quiero centrarme en una pregunta que me ronda desde que se instaló la Comisión –o desde el comienzo de las conversaciones de la Habana, o desde el comienzo de mi vida ciudadana–, y que se relaciona con la voz de las mujeres en la historia.

Al ver a María Emma Wills, una de las figuras emblemáticas del trabajo de Memoria Histórica en Colombia, rodeada por 13 varones, es inevitable cuestionar los criterios de selección que llevaron a este imperdonable desbalance de género. Figuras como Ana María Ibáñez, Magdalena León y Cecilia López, entre otras, podrían haber escudriñado, en los engranajes de la historia, las maneras como las mujeres han (hemos) sido excluidas y, simultáneamente, las formas como han (hemos) sostenido movimientos campesinos, liderado el trabajo con las víctimas y asumido la participación ciudadana. Si se buscaba una polifonía, ¿qué significa no “contar” con más voces femeninas? ¿Se trata de una torpe omisión, o de uno de esos engranajes que se siguen reproduciendo en nuestra historia?

En el texto de María Emma Wills, que está organizado alrededor de tres nudos (un campesinado sin representación política, una polarización social en una institucionalidad fragmentada y unas articulaciones perversas entre regiones y centro), se lee una apuesta por los matices. Ella señala que esos tres nudos no siempre se han formado deliberadamente, pero que las soluciones sí requieren de un esfuerzo consciente y de conjunto, “pues los nudos no se desatan tirando de un solo cabo”, lo cual implica asumir responsabilidades compartidas. Su trabajo anuda a las mujeres con la historia del conflicto y no solo las cuenta como víctimas de múltiples violencias, sino como agentes de transformaciones. Por citar un ejemplo, Wills alude a conquistas relacionadas con el derecho a votar, con la revolución sexual de los años sesenta y con la profesionalización femenina para matizar esa idea del Frente Nacional como un período monolítico.

En el fondo, todos los nudos del conflicto han atravesado la historia femenina. La polarización entre liberales y conservadores, en aquellos viejos tiempos cuando sus ideas implicaban dos ordenamientos opuestos de nación, siguen enmarcando nuestras luchas actuales, y lo mismo puede decirse de la cuestión agraria, que sigue afectando a las mujeres campesinas, o del lugar de las mujeres en las reivindicaciones de las víctimas, o en el ámbito de la participación política.

El reconocimiento de esas articulaciones es una asignatura pendiente aquí y en La Habana, y la Comisión de Género que se creó como una respuesta políticamente correcta, y tardía, a la exclusión femenina no resuelve el problema. Si queremos versiones no hegemónicas del conflicto necesitamos tener en cuenta estas brechas de género que aún se reflejan en estas formas patriarcales de control social, explícito o soterrado, para acallar a las mujeres, y que están amarradas con los mismos nudos del conflicto. Parafraseando a Wills, si el punto de partida sigue siendo la exclusión, ¿cómo desatar los nudos tirando de un solo lado?

Yolanda Reyes