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Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.
En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 1 de septiembre de 2014, Yolanda Reyes escribió:
La cenicienta del gabinete
La popularidad mediática de la educación en el nuevo cuatrienio de Santos parece inversamente proporcional a la de la cultura, y esa terrible involución recuerda los tiempos en que ciertos universitarios llamaban “costuras” a las electivas de humanidades que los obligaban a tomar para recibir un barniz de “cultura general” o para llenar los huecos libres, entre materias consideradas importantes.
Una mirada al diseño del gabinete presidencial que organizó los ministerios en tres equipos alrededor de los pilares de la paz, la educación y la equidad hace pensar que los reingenieros de Santos se formaron en esas concepciones de cultura que la instrumentalizaban o la reducían a las llamadas “bellas artes”.
Juzguen ustedes: en el pilar de la paz ubicaron los ministerios de Interior, Relaciones Exteriores, Defensa y Justicia; es decir, los de mayor poder político; en el de equidad, que algunos han llamado “el más robusto”, agruparon Hacienda, Minas, Comercio, Industria y Turismo, Transporte, Ambiente, Agricultura, Salud, Vivienda y Trabajo; y en el tercer pilar, correspondiente a Educación, añadieron el Ministerio de las TIC y le colgaron la cartera de Cultura, como si los desafíos de la paz y la equidad no requirieran hoy una apuesta cultural sin precedentes.
Este debería ser el tiempo de la cultura, pero no para supeditarla a la educación, sino para embarcarse en el proyecto de hacer posibles otras versiones de país y de memoria con el fin de superar esa dicotomía entre bandidos y gente de bien que nos dejó la cultura de la guerra.
En un país atravesado por las inequidades, las estigmatizaciones y las pérdidas, pero poblado también de tantas narrativas y de tantas maneras de descifrarse y reinventarse, justamente el trabajo cultural podría ayudarnos a reconocer que, más allá de los hechos, nos jugamos la vida a través de significados compartidos que se transforman continuamente, que se interpelan e intentan coexistir y tramitarse a través de formas simbólicas que nos permiten vivir juntos.
En medio de la avalancha de noticias, y casi siempre de malas noticias que hemos vivido, necesitamos noticias de nosotros mismos y Mincultura debería haber sido pensado, dentro de la reingeniería, como un pilar para el reconocimiento y la reparación de nuestras raíces humanas comunes, pues resulta difícil cambiar las lógicas de la guerra sin trabajar seriamente en una apuesta cultural que involucre a todo el país.
En ese sentido, es fundamental que la sociedad civil se ocupe de la cultura como se ha comenzado a ocupar de la educación, pues solo juntando miradas, haciendo veeduría y reclamando líneas políticas claras, concertadas y conocidas por todos, será posible sacarla de su nicho.
Salvo algunos editoriales publicados en revistas como Arcadia y otros debates regionales que parecen señalar dificultades en los procesos de selección de proyectos, sorprende constatar el poco espacio que se dedica a la cultura desde una perspectiva crítica.
La discusión sobre el presupuesto que se le asigna en el PIB, pero también sobre las políticas públicas del sector y sobre los criterios de selección de becas, incentivos y proyectos, debería ser habitual en estas páginas donde escribimos tantas personas relacionadas con el campo.
Quizás es esa proximidad la que nos lleva a eludir un tema que necesita ser analizado por las personas cercanas a los procesos de escribir, de pensar y de trabajar con símbolos. Con el prurito de evitar posibles conflictos de intereses, estamos dando la idea equivocada de que nos tiene sin cuidado la cultura. Y ese silencio que, en cualquier campo de lo público es grave, en este campo resulta impresentable.
Yolanda Reyes