Olivia
¡Todos aman a Olivia! dice en la solapa de Olivia saves the circus, la segunda obra de Ian Falconer para niños que está en furor en Estados Unidos. Las jugueterías venden una gama de mercancías que el olfato comercial de los norteamericanos se lanza a producir cuando descubre un personaje emblemático. En las librerías virtuales se puede comprar la versión en español de Olivia la reina del circo, sin haber salido de la imprenta. En menos de dos años, esta cerdita se puso de moda y arrasó con los premios de la crítica especializada. Olivia fue uno de los Libros de Honor de Caldecott, el prestigioso galardón que se otorga a los libros ilustrados, y a este reconocimiento se suman muchos otros. Es best seller del New York Times, de USA Today, y de Los Angeles Times; y en el 2000 fue el mejor libro del Child Magazín y el Premio de Oro de los padres norteamericanos.
El lector se preguntará si se trata de un fenómeno como Harry Potter y una respuesta simplista que sólo se fijara en las ventas o en el hecho de suscitar segundos títulos en poco tiempo podría ser afirmativa. Pero algunos detalles hacen pensar que se trata de fenómenos distintos: En tanto que Harry Potter ha sido de mejor recibo entre el público profano, Olivia ha llamado la atención de los expertos en literatura infantil y de otros círculos de intelectuales. Quizás esto se deba a que su autor era ya una figura reconocida en el terreno de las artes visuales, antes de haber publicado libros para niños. Trabajó al lado del pintor David Hoockney, diseñó escenografías y vestuarios para ópera y ballet e hizo carátulas para el New Yorker.
Olivia, a simple vista, es una simpática cerdita “muy buena para cansar a la gente (…) Vive con su mamá, su papá, su hermano, su perro, Perry, y Edwin, el gato”. La trama del libro –que, para muchos, ni trama será porque en la historia no sucede nada especial– es la vida cotidiana. Por los pasatiempos de la cerdita deducimos que se trata de una niña citadina, tal vez de Nueva York, que va a museos con su mamá, adora las bailarinas de Degas, trata de superar el estilo de Jackson Pollock en las paredes de su apartamento y construye castillos de arena más altos que los rascacielos. El resto del tiempo hace lo mismo que cualquier niño: cargar al gato, lavarse los dientes, bañarse, hacer desastres; burlar la hora de la siesta; asustar a su hermanito y pedir muchísimos cuentos a su mamá, con tal de no dormirse. Nada digno de mención hay en el texto, por lo demás, bastante lacónico y casi minimalista. Sin embargo, es la manera de combinar palabras con imágenes y, más allá de eso, la intención explícita de hacer del diseño mismo del libro el centro de la propuesta, lo que marca la diferencia.
Desde la primera hasta la última página, se revela un estilo propio y una voluntad explícita por el diseño del conjunto. Las ilustraciones, hechas con témpera y carboncillo, crean un mundo de negros, sombras y matices, en el que contrasta la irrupción del color rojo. De negros y grises está hecha la foto familiar en la que sólo Olivia aporta el rojo y rojos son también su merienda, la cuerda del lazo, sus accesorios, sus travesuras y sus sueños. Pero además del juego con el color, hay otros elementos como el manejo de la perspectiva que reelabora el mundo conocido desde el punto de vista de los niños; el trazo ágil que capta figuras en movimiento, gestos y expresiones y una diagramación muy cuidadosa, llena de sorpresas. Todos estos elementos imprimen a Olivia una indiscutible personalidad, cercana a los pequeños que conocemos. Es inevitable que los lectores de todos los tamaños se enamoren de la ternura, el humor y la inteligente sencillez de Olivia y sigan agotando ediciones, como sucedió también en la Feria del Libro de Bogotá.
Esta reseña fue escrita por Yolanda Reyes para la revista Cambio de Colombia y aparece en este medio con su autorización.