Nacer con mantra

Por: Yolanda Reyes

Compartimos con ustedes este artículo de Juanita Cajiao sobre los bebés que «nacen con mantra»: los prematuros. Juanita vive en Valencia, España, donde está terminando su Máster en Psicología y Psicopatología Perinatal e Infantil.

 

Nacer con mantra

No todos los bebés que he conocido han nacido en las mejores circunstancias ni han tenido un inicio de vida lleno de mimos, mantas suaves y olor a flores frescas.

Muchos no tuvieron ni siquiera la suerte de reconocer a su mamá al momento de nacer, no pudieron encontrar su mirada ansiosa y cansada, no pudieron sentir el tacto de su piel, ni oler el amor que todo su cuerpo emanaba. Tuvieron que esperar horas, días incluso, para que esos brazos mullidos y cómodos volvieran a rodearlos y esa voz conocida pudiera envolverlos de nuevo con un hola sollozado.

Estos pequeños seres humanos que he tenido la suerte de encontrar en sus primeros minutos de vida, en sus primeras horas y sus primeros días, me han mirado a los ojos, han aferrado mis dedos y mis brazos, los pliegues de mi ropa para que a la vez yo los aferre y puedan contarme así todos los secretos del mundo que saben y que, saben también, olvidarán rápidamente. Si son amados estarán tan embriagados por ese enamoramiento que será más interesante olvidar lo conocido y aprender todo de esa relación. Si. por el contrario, no cuentan con esa suerte, tienen que poner esa sabiduría en pausa y hacer uso de todos sus recursos para sobrevivir, para encontrar ese afecto esquivo y hacerse su camino.

Los bebés que han nacido en circunstancias difíciles son bebés fuertes, luchadores, pacientes… a su manera, porque algunos a nuestros ojos de adultos son terriblemente impacientes, respiran rápidamente, luchan con la gravedad del mundo que los oprime, soportan vueltas, ruidos, luces.

Los bebé que nacen antes de tiempo, que tienen mucha o poca azúcar, que están muy grandes o muy pequeños, que cambian de color, que les cuesta respirar o simplemente no han contado con mucha suerte, hacen ooom cuando quienes trabajamos con ellos olvidamos que sienten todo con mucha, mucha más intensidad que todos los demás; hacen oomm cuando oyen la voz de su mamá o su papá y se preparan para su tacto pero alguien dice que hay que esperar, que no pueden ser tocados, que es mejor que se queden en donde están.

Hacen oomm cuando alguien les dice que tendrá que examinarlos de nuevo con manos e instrumentos fríos, cuando alguien les insiste para que coman cuando no tienen hambre y les pide que esperen cuando la tienen porque aún no es la hora.

Son bebés que hacen ooommmm y doblemente oooommm cuando finalmente se encuentran con una mamá adolorida que les tiene miedo, con un papá que se pierde en una sala luminosa y que se paraliza cuando le dicen que también él puede tocar, que su mano grande sobre la espalda es lo más parecido a la contención que tenían en el vientre de mamá, porque les cobija y protege del vacío en el que viven…

Cuando me agobio, me angustio, y creo que ya no puedo ni quiero más, me acuerdo de que yo fui una de esas bebés, que soy una mujer fuerte porque soy una bebé que nació en circunstancias difíciles y que eso hará que por gusto o por suerte nada nunca vaya a ser tan fácil como tal vez me parece que es para los otros.

Eso lo entendí, me lo contó uno de los bebés con los que me encontré en la vida, que una vez que logró pasarle el ooomm a su mamá y a su papá para que no tuvieran más miedo y lo tomaran en brazos, le cantaran poemas y le arrullaran junto a su pequeña nave espacial, pudo acomodarse y empezar a mirar y aferrar el mundo con más seguridad de la que cualquiera hubiera podido jamás imaginar.