Desde hace algunos días ha circulado por las redes sociales el comercial que la compañía estadounidense American Greetings lanzó a propósito del día de la madre, que se celebra en mayo. El video se llama El trabajo más difícil del mundo y se puede ver en youtube, siguiendo este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=HB3xM93rXbY .
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Juliana Camacho, una mamá y amiga de Espantapájaros que vive en Deerfield, Massachusetts y que desde allá nos envía artículos y reflexiones muy interesantes sobre crianza y educación, nos hizo llegar este texto que escribió a propósito del comercial. Lo compartimos con ustedes porque consideramos que su lectura vale mucho la pena. Como siempre, sus comentarios son bienvenidos.
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No más llanto, por favor
Por: Juliana Camacho
No entiendo por qué me quieren hacer llorar. Qué macabro placer sacan algunos al ver a una mamá sentada frente a su computador, el café a medio enfriar sobre la mesa, secándose unas lágrimas que brotan sin antesala ni tristeza previa.
Me levanto en la mañana con el ánimo esperanzado, me sirvo el desayuno, prendo el computador para enterarme de las noticias de las naciones y los chismes de los amigos, y entonces aparecen los responsables de mi sollozo inesperado. Son videos de dos o tres minutos que circulan en Facebook desde hace un tiempo y que están dirigidos a esta tribu insólita de la cual hago parte y a la que suelo llamar “homo parentalis”.
Los hay en todos los idiomas. Abordan asuntos tan disímiles como el cambio climático, los juegos olímpicos, la telefonía celular o la adopción. Algunos son hechos por las grandes corporaciones, otros por organizaciones no gubernamentales o asociaciones de cualquier tipo. A pesar de su variada temática, todos apelan a la sensibilidad más ramplona, la misma que nos hace estremecer – muy a nuestro pesar – con los finales felices de Hollywood y el alumbrado navideño.
He visto varios videos de este tipo, asaltada en mi buena fe de cibernauta curiosa. En uno de ProctorGamble que se estrenó en las pasadas olimpiadas de invierno, se suceden imágenes de mamás que acompañan a sus hijos en sus difíciles trayectorias hacia la cima. Una madre aplaude al ver a su bebé empezar a caminar, otra le da ánimos a su adolescente cuando sufre una lesión y finalmente una más llora emocionada cuando su hija gana el oro en las olimpiadas. “Gracias mamá”, dice el comercial antes de mostrar el logo de las marcas patrocinadoras.
Como este, hay muchos más. Un estudiante indio residente en los Estados Unidos cae por sorpresa en su casa en Mumbai para abrazar a su mamá; un niño en un orfanato dibuja en el suelo a una mujer y luego se acuesta en su canto; unos padres pesimistas con respecto al futuro del planeta se conmueven al escuchar los sueños entusiastas de sus pequeños hijos. Otro comercial, de Johnson y Johnson – pioneros en las propagandas para hacer llorar al homo parentalis – muestra imágenes de mamás con sus bebés mientras la voz en off de un “hijo universal” le da ánimos a su madre diciéndole que lo está haciendo bien, que a pesar de los errores que ella comete, de la novatada, él la ama.
Cuando veo un video así, luego de limpiarme con torpeza las lágrimas derramadas, siento un gusto amargo en la boca. Me siento invadida en las cavernas profundas de mi maternidad, atropellada en esos laberintos de Piranesi que son mis sentimientos de madre. Porque el amor de una mamá no debería ser moneda de cambio de las marcas de jabones y de cereales. Porque las inequidades sociales, la soledad de los enfermos, las penurias de la infancia, la debacle del planeta, no se arreglan con las lágrimas de una mamá a la hora del desayuno.
Suele haber una gota que rebosa la copa. La mía fue un video que está circulando en estos últimos días, llamado “El trabajo más difícil del mundo”. Varias personas que respondieron a un anuncio de trabajo se entrevistan virtualmente con el empleador. Lo que aparenta ser una buena oferta para un puesto de “Director de operaciones”, termina siendo una propuesta para ejercer un trabajo más inhumano que el de los mineros de Bolivia. El entrevistador afirma que el empleado deberá trabajar sin descanso los 365 días del año, que no tendrá salario ni horas para dormir, solo podrá comer cuando su “asociado” se lo permita y deberá permanecer parado las veinticuatro horas del día. Finalmente, cuando los entrevistados están en el paroxismo de su indignación, este les dice que hay millones de personas que ejercen ese trabajo en el mundo y que son felices haciéndolo: las mamás. Los entrevistados se conmueven, ríen nerviosamente y lloriquean mientras les agradecen a sus madres por ser quienes son.
Todo me ofende de ese video. Me produce urticaria el uso de la metáfora corporativa para describir una relación que es esencialmente no comercial. No puede ser que al hijo se le llame “asociado” y a la madre “directora de operaciones”. Tampoco soporto las mentiras que se dicen allí, como que una mamá nunca duerme, no come, no tiene recompensa alguna y no descansa jamás. No puedo creer que este sea un video para el Día de las Madres. Me indigna, finalmente, que el comercial lo hayan compartido en sus páginas de Facebook tantas mamás que conozco. Me temo, entonces, que al ser bombardeadas de videos sensibleros, muchas mujeres terminen construyendo una imagen rosa y acartonada de su propia maternidad. Como si la realidad de ser madre no estuviera poblada de matices. Como si la relación entre una mamá y su hijo no fuera lo que es precisamente gracias a sus honduras y a que escapa a cualquier intento de encasillamiento. Al menos está vez, al ver ese último video, no derramé una sola lágrima.