Esta reseña de Memoria por Correspondencia, un libro de Emma Reyes que recomendamos fue publicada en la revista El Librero de julio del 2012:
Cartas del siglo pasado
Este año una editorial independiente y una fundación conformada por coleccionistas de arte se hermanaron para rescatar los relatos autobiográficos de la artista colombiana Emma Reyes entre 1969 y 1997.
Por: Isabel Calderón Reyes
El 28 de abril de 1969 el General Charles De Gaulle renunció a la presidencia de Francia. Ese mismo día, en París, Emma Reyes se acordó del General Rebollo: un muñeco de barro y hojalata que protagonizaba los juegos infantiles de sus amigos y ella cuando vivía en el barrio San Cristóbal, en el sur de Bogotá. Con los recuerdos sobre su infancia frescos, la artista le escribió una carta a Germán Arciniegas, uno de sus amigos colombianos en el exilio: “Hoy a las doce del día partió del Elysée el General De Gaulle, llevando como único equipaje once millones novecientos cuarenta y tres mil doscientos treinta y tres noes lanzados por los once millones novecientos cuarenta y tres mil doscientos treinta y tres franceses que lo han repudiado.”
Así empezó la correspondencia entre ellos, que duró hasta 1997 y le sirvió a Emma Reyes para poner en palabras la tarea difícil de mirar hacia atrás con el objetivo de recordar los primeros años de su vida; reconstruir su identidad lejos del país en el que creció para convertir en literatura las anécdotas que contaba en reuniones sociales.
Un libro que está circulando en Colombia desde abril de 2012 recoge 23 cartas firmadas por Reyes dirigidas a Arciniegas y cuenta los traslados, las aventuras y las adversidades que envolvieron a la autora durante los primeros veinte años de su vida. El libro se llama Memoria por correspondencia y su publicación es resultado del trabajo en equipo que llevaron a cabo la editorial Laguna Libros y la Fundación Arte Vivo Otero Herrera.
Sin embargo, pasaron muchas cosas entre el ejercicio de escribir cada una de las cartas y el trabajo de gestión editorial que condujo a la publicación del libro. La historia detrás de este título, el primero de la colección Laguna Crónica, es comparable con el recorrido que llevó a Emma Reyes de Bogotá a París, y con las peripecias que la convirtieron a la vez en narradora y protagonista de una fábula entrañable.
El barrio San Cristóbal, en el sur de Bogotá, es el punto de partida en la biografía de una niña candorosa y despierta que creció en un contexto de pobreza y abandono. Pese a ello, su testimonio no se reduce a la exaltación de una condición miserable.
Como muchos niños colombianos, Reyes pasó demasiado tiempo encerrada y desde pequeña estuvo expuesta a la violencia arbitraria de los adultos. No hubo un sitio al que pudiera llamar hogar y el azar desordenó sus coordenadas más de una vez. Cuando no vivió en modestas pensiones bogotanas lo hizo en parajes poco turísticos de la geografía cundiboyacense, como Guateque y Fusagasugá, y en un convento de caridad en la capital del país.
A Emma Reyes le pegaron, la mandaron a la cama sin comer y la abandonaron en la estación de tren de un pueblo; pero también hizo travesuras, se trepó a los árboles y se disfrazó. Aunque nunca supo qué significaba tener padres, tampoco se puede decir que haya crecido en soledad: fue hermana mayor y hermana menor, la cuidaron y cuidó a otros. El ejercicio de recordar, en el caso de Memoria por correspondencia, implica preguntarse por la existencia completa y no sólo por las calamidades y la desdicha. Por eso en las cartas de Reyes hubo espacio para el juego, la desobediencia y la fraternidad; experiencias y sensaciones fundamentales en la infancia.
Para explicar la relevancia de este libro en el panorama editorial colombiano hay que contar cómo termina la historia que empezó en San Cristóbal. Muchos años después de sus juegos con el General Rebollo, la niña bizca que protagoniza estas memorias se convirtió en una artista, residente en Francia la mayor parte del tiempo pero entregada a la pasión de viajar por el mundo y conocer otros países.
Es posible que las vicisitudes del pasado guarden relación con el espíritu viajero de la Emma Reyes adulta. Probablemente, el hecho de que la hubieran obligado a pasar tanto tiempo encerrada hizo que deseara con todas sus fuerzas la apertura y el movimiento. Cuando tuvo la libertad para tomar sus propias decisiones y la madurez para asumirlas, se fue del país y su primera parada significativa en la larga ruta hacia Europa fue Buenos Aires, donde empezó a pintar en 1943.
En 1947 entró a la Academia de André Lothe en París para estudiar pintura. En 1949 hizo su primera exposición individual en la Galeria Kléber, y muy pronto se dio a conocer en Europa por su trabajo. También ganó una reputación entre los artistas e intelectuales latinoamericanos, que viajaban a Francia y encontraban en ella una interlocutora fascinante: “Emma era una gran contadora de anécdotas, una narradora fabulosa, no sólo llevaba sus lienzos a cuestas sino también una enorme cantidad de historias”. Así la recuerda el coeditor de Memoria por correspondencia, Camilo Otero Herrera, que la conoció muy bien por cuenta de la estrecha relación que sus padres mantuvieron con ella.
De todas las amistades que estableció en el exilio, son especiales aquellas con la familia Otero Herrera y con Germán Arciniegas. La razón de su relevancia es que estos amigos fueron cómplices del libro que ahora recoge sus memorias.
Alberto Otero y Olga Lucía Herrera, una pareja de coleccionistas de arte colombianos, radicados en España e interesados en fortalecer las relaciones culturales entre América Latina y Europa, iniciaron en la década de los ochenta una colección de pintura y escultura. Las primeras que adquirieron fueron de Alejandro Obregón y Pedro Alcántara. Por la misma época se hicieron amigos de Reyes y desde 1999 han trabajado de manera oficial en la consolidación del acervo pictórico y documental en torno a su obra. Hace cuatro años la colección Arte Vivo Otero Herrera se constituyó en una Fundación y actualmente la dirige Camilo Otero Herrera, el hijo de sus precursores.
El destinatario de las 23 cartas, por su parte, conoció a Emma Reyes en París en 1947. Congeniaron tan bien que las comidas y fiestas con la familia Arciniegas se convirtieron en una costumbre para Reyes. Después de comerse el postre, el escritor, su esposa y sus hijas podían pasar horas oyendo las historias que la pintora contaba con frescura y espontaneidad sin perder la atención de su audiencia.
En el exilio, lo único que a Emma Reyes le quedaba de su país eran los recuerdos de su infancia. Germán Arciniegas la impulsó a que los pusiera por escrito pero ella se enfrentó a una dificultad cuando quiso seguir su consejo. Escribir no era fácil para ella. No sabía cómo hacer para que las historias que contaba con tanta gracia a sus amigos siguieran siendo excitantes y conmovedoras en el papel. Arciniegas no tardó en proponer una solución a esa falta de fluidez: le recomendó que escribiera sus memorias en forma de cartas que habría de mandarle a él periódicamente. El ejercicio epistolar funcionó y Arciniegas guardó las que recibió de manera intermitente durante 28 años.
Reyes no tuvo hijos y hacia el final de su vida le preocupaba porque no sabía quién se encargaría difundir su obra cuando ella no estuviera. Finalmente, confió en la familia Otero Herrera para que velara por esa conservación. Murió en el año 2003, sin saber que el interés de Camilo Otero por su trabajo llevaría a la publicación de las cartas que ella escribió para Germán Arciniegas y sobre las cuales se mostró reservada durante la mayor parte de su vida.
El trabajo editorial se puso en marcha cuando Camilo Otero descubrió por casualidad un artículo escrito por Arciniegas en 1993, en el que se refería al intercambio epistolar que sostuvo con Reyes y al valor literario de sus cartas. Aunque Otero no conocía a Gabriela, la heredera de Germán Arciniegas, la lectura de este artículo lo motivó a buscarla para pedirle el material. En efecto, ella tuvo intenciones de publicarlas, pero no había podido dar con un editor al que le interesara el proyecto.
A diferencia de Arciniegas, Otero encontró a alguien que quiso apostarle al libro, y no tuvo que buscar mucho. Llevó las cartas a la oficina de Felipe González, de Laguna Libros, y al otro día se decidió que Memoria por correspondencia sería publicado.
Felipe González dice que el manuscrito le llegó en un buen momento. Cuenta que Laguna lleva cinco años haciendo libros de arte y ahora está en una fase de exploración literaria, que empezó con la idea de hacer una colección de ciencia ficción: Laguna Fantástica. González se ha sentido bien con el resultado y este libro se presta para un nuevo experimento en la misma dirección. Así, Laguna Crónica se perfila desde su primer título como un espacio nuevo para las letras colombianas y el hecho de que las cartas de Emma Reyes hayan sido rescatadas en esta colección es un indicio de que los sellos independientes están preparados para entrar en los pequeños espacios que las editoriales grandes no pueden evitar descuidar.